La obra redentora de Dios no solo restaura al individuo, sino que une a su pueblo en una comunión inseparable bajo el señorío de Cristo. La unidad del pueblo de Dios es fruto de la gracia soberana y de la acción del Espíritu Santo que rompe toda división y reconcilia a los hombres con Dios y entre sí. En Cristo, el verdadero Hijo de David, Dios cumple su promesa de reunir a su pueblo en una sola fe, un solo reino y una sola esperanza, en un solo cuerpo que es la iglesia para la gloria de Dios.