La gracia de Dios se refleja en la redención como el acto soberano y misericordioso por el cual Él rescata al pecador de la condenación que merece, no por obras humanas, sino por el sacrificio perfecto de Cristo. Esta gracia no solo perdona, sino que transforma, Dios toma corazones endurecidos y los renueva con su Espíritu. En la redención, la justicia divina no se anula, sino que se satisface en la cruz, donde la ira cayó en Cristo. Así, la gracia no es una licencia para pecar, sino el poder para vivir en obediencia, fruto de un corazón regenerado por el amor inmerecido de Dios.