El pecado es la rebelión contra la santidad de Dios, una desobediencia de su ley y una negación de su señorío, pero no es simplemente una serie de actos malvados, sino una condición que afecta la totalidad del ser humano. Toda la humanidad heredó una naturaleza corrompida, esclavizada al pecado y totalmente incapaz de buscar a Dios por sí misma. Esta depravación total no significa que cada persona sea tan mala como podría ser, sino que el pecado ha contaminado por completo el corazón del ser humano. Por eso, la salvación no puede depender del esfuerzo humano, sino de la gracia soberana de Dios, quien en su misericordia eligió redimirnos por medio de Cristo, restaurando lo que el pecado había destruido.