Creo que nadie podrá negar que una persona es fiel a otra por lo que recibe de esa persona. Claro que hay sus excepciones: como lo es el amor de los padres y abuelos, que a pesar de los maltratos, o desatenciones de sus hijos o nietos, siguen amando incondicionalmente anhelando ver el día en que ellos cambien su actitud. Fuera de ahí, toda fidelidad dependerá de lo que cada persona reciba a cambio. En el caso de dos amigos: por muchos años de amistad que haya habido, si uno de los dos comienza a desatender la amistad, el otro se cansará y se alejará de su amigo de tantos años. En el caso de un matrimonio, si no hay reciprocidad entre los cónyugues, o solo uno de ellos da y el otro solo quiere recibir, esto también crea agotamiento en la relación y por lo general hará que la persona que no recibe nada a cambio decida abandonar al cónyugue. En el ámbito laboral es muy común pues uno recibe los beneficios a cambio de un servicio que brinda a la compañía; si no cumplimos, nos despiden. Por lo general esta es la regla de los hombres, pero Dios es tan diferente: uno de estos ejemplos lo vemos en la Palabra si analizamos la relación de Dios con su pueblo Israel: Dios siempre obraba poderosamente a favor de Israel y lo único que le pedía era fidelidad, pero cuán difícil de complacer era este pueblo! En enseguida que ellos sentían que Dios no actuaba de la manera de ellos que esperaban, comenzaban a murmurar contra sus líderes y contra Dios. Nunca estaban conforme, pero a pesar de serle infieles a Dios, Él les amaba grandemente y siguió siéndoles fiel. Así ha sido Dios con nosotros: Esta humanidad le ha dado la espalda a Dios, pero Él nos ama tanto y es tan fiel que sigue queriendo que todos procedan al arrepentimiento.

Es maravilloso recordar este versículo que está en 2 Timoteo 2:13:

Si fuéremos infieles, él permanece fiel;

El no puede negarse a sí mismo.