En mis primeros trabajos me ofertaban poquitos días de vacaciones. En ese momento, en el momento de conseguir los primeros empleos, no me resultaba importante contar los días libres que se me ofrecían, tenía solo los mínimos de ley. Por entonces estaba más alucinado con mi propia imaginación, pues cuando uno acepta sus primeros empleos, uno los acepta por lo que se imagina. Yo me imaginaba con años de salario acumulado, y con un chingo de chacharas materiales hechas de plásticos y pantallas; suponiendo, pensando que llegaría a acumular todo ese tiempo trabajado como si nada, como si eso no consumiera energía, como si el trabajo no interviniera en la vida, como si el trabajo no fuera contaminando la psyque, como si fuera algo natural, como si el trabajo no contaminara la sangre, como el hongo de la humedad de un departamento con fugas, que lo va invadiendo, hasta tomar toda la casa como en los cuentos de Cortazar, de a poco y en silencio, hasta que te saca de ella. El trabajo conquista tu mente, la satura y solo deja un poquito de espacio para que te puedas sentar a mirar la TV.