Flashback digital: Rebobinar videojuegos

Hubo una época en la que jugar a un videojuego no era tan inmediato como pulsar “iniciar”. Para quienes crecimos con microordenadores como el Spectrum, Amstrad o MSX, el ritual comenzaba mucho antes de ver el primer píxel en pantalla: había que rebobinar la cinta de casete que contenía el juego.

Estos títulos llegaban grabados en cintas magnéticas, igual que la música, y había que colocarlas en el punto exacto para que el sistema pudiera cargarlos. A veces, rebobinar un poco de más o de menos significaba volver a esperar varios minutos. El sonido característico del “cargando” —una mezcla de pitidos agudos y estática— era la banda sonora de la paciencia gamer de los 80 y principios de los 90.

Tener varios juegos en la misma cinta hacía que rebobinar se convirtiera en una prueba de precisión. Algunos incluso desarrollaron un instinto especial para calcular el momento exacto en el que detener el botón, como si fuera un arte secreto.

Hoy, los tiempos de carga son casi inexistentes y las descargas digitales han enterrado este ritual. Pero rebobinar videojuegos no solo era un proceso técnico: era parte de la experiencia, un recordatorio de que el juego empezaba mucho antes de tocar el mando.

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