No hay discernimiento espiritual si no somos capaces de escuchar, ver, sentir lo que ocurre en nosotros, en nuestro corazón. Y no solamente percibirlo pero reconocerlo, nombrarlo, haciendo diferencias entre los diversos movimientos interiores, emociones, sentimientos. Estar alegre y contento no es la misma cosa. Produce algo diferente en nosotros. Distinguir y reconocer los movimientos de nuestra afectividad hace parte del discernimiento. La afectividad hace parte de la dimensión relacional del ser humano y es esencial para el discernimiento. No se hace el discernimiento con la cabeza pero estando atentos, despiertos, a lo que sopla en el corazón humano y lo pone en movimiento. El Señor, por su Espíritu, nos habla a través los movimientos de nuestra afectividad. Hay que reconocerlos. Reconocer su voz en medio de tantas otras voces. Esto es discernir para decidirse a seguir su voz, la cual conduce a la vida.