Gabriel Garzón-Montano podría
haber guardado estas diez canciones y poco a poco ir suministrándolas en
formato single. Posiblemente hubiera sido una jugada comercial mejor que
lanzarlas todas juntas como álbum. No hay aparente conexión entre ellas,
funcionan a la perfección por separado. Sin embargo su decisión de
empaquetarlas todas juntas, como si fuera un catálogo con todas las cosas que
sabe hacer, dice mucho de quién está detrás: nacido y criado en Brooklyn
(Nueva York), hijo de una francesa con formación clásica en música (quien
colaboró con Philip Glass) y de un colombiano amante de la salsa y la cumbia.
En casi cualquier otro artista sonaría forzado el
cóctel sonoro de este disco, que salta del r&b introspectivo y elegante
a lo Drake de ‘Someone’ al trap comercial de ‘Agüita’ (en el videoclip, grabado
en las ciudades colombianas de Medellín y Pereira, recuerda al madrileño C.
Tangana, con su misma chulería y actitud magnética), del reggaetón de ‘Muñeca’
a la experimentación con electrónica y voces de ‘Bloom’ y ‘Tombs’.
“En Atlanta se escucha Totó, en Bogotá ponen Migos”,
dice en ‘Agüita’, capturando en una sola frase la esencia de su singularidad
como artista: habitante de diversos mundos, capaz de integrar en su música el
folclore del Caribe colombiano de Totó
La Momposina y el rap gangsta con gancho comercial desde Atlanta de Migos.
En una industria cada vez más abierta hacia las periferias, donde los
géneros se mezclan sin prejuicios y la música latina se ha integrado con
normalidad en los canales comerciales de Estados Unidos, Gabriel Garzón-Montano
va un pasito por delante de sus competidores.
José Fajardo