La exitosa campaña de marketing internacional para promocionar el coronavirus ha colocado a este mal en la cima de las preferencias y conversaciones ciudadanas, seguida muy de lejos por el dengue y bastante, pero bastante más lejos del problema más serio, el de la peor amenaza, del mal que mayor índice de fatalidad registra, con cifras comprobadas de muertes que en otros países ya hubieran encendido alarmas de todos los colores del semáforo. Estamos hablando de los accidentes de tránsito, que en realidad más que accidentes son hechos de tránsito porque en las pericias especializadas casi ninguno resulta siendo fortuito.
Jamás será fortuito que un sujeto bestia de borracho eche a andar un vehículo incluso con pasajeros encima, o que un cacharro reviente los frenos en plena bajada porque la última vez que los revisaron fue cuando el tercer anterior dueño acudió remolcado al mecánico por la misma falla. Tampoco será fortuito que el desquiciado circule a 150 kilómetros por hora y rebase a un tráiler en plena curva.