Qué importante es que un artista con la capacidad de
llegada tanto en el circuito alternativo como en la cadena mainstream del pop
de autor tenga una mirada artística tan transversal; esa
que le permite trabajar con materiales que va desde la profundidad de la música
tradicional hasta las canciones de pop redondo para quemar la radiofórmula o
incluso la que lo posiciona como un icono de ese mal llamado ‘indie’ que acaba
rompiendo fronteras.
Gepe es de ese tipo de personas. En su nuevo disco, el
chileno rompe con una de sus maneras de trabajar en estos casi quince años y
siete discos: firma su primer álbum por una multinacional, tras haber
trabajado con Quemasucabeza y el extinto sello español Astro. Firma por la
multinacional de las multinacionales (Sony Music), pero no solo no pierde su
esencia; sino que firma un manual que condensa todas sus vertientes.
Así lo deja patente en su acercamiento a la canción
popular y tradicional latinoamericana desde una vocación pop contemporánea
(en canciones como “Confía”, “Prisionero” o “Timidez”), su capacidad de generar
alianzas de pedigrí (hay colaboraciones de Vicentico, Natalia Lafourcade y
Princesa Alba) y también de bifurcar la producción de sus canciones
(trabaja con el chileno Cristián Heyne, aliado habitual en sus discos; y con el
argentino Cachorro López, uno de los padres del sonido del pop alternativo
latino desde hace varios lustros).
Pero, sobre todo, demuestra movilidad y capacidad de
cintura al hacer un simulacro orgánico del sonido del mambo posmoderno de Cardi
B (“Kamikazi”), el medio tiempo reggaetonero (“tupenaesmipena”) o firmando
algunos de los hits que podrían firmar los carilindos del pop latino romántico
(“Un segundo”, “Carola y Luna” o “Calle Cima” ), pero con una mirada sobre
la nueva masculinidad que lo distancia de clichés, sobre todo cuando sentencia
con estribillos que son mantras feministas como “por favor avisa cuando llegues
a casa”. Infalible haga lo que haga.
Alan Queipo