Un 10 es para siempre. Desde la cancha embarrada de los Cebollitas hasta aquel día nefasto en Boston 24 años más tarde. Un 10 es el alma sinuosa del fútbol, el catalizador de todas las miradas. Maradona lo llevó desde el primer momento y murió con el 10 en la espalda, vistiendo raramente la 16 en alguna ocasión, en su debut con Argentinos, cuando metió un caño, y en los pocos partidos que empezó en el banco con el Napoli cuando sus noches se habían alargado hasta ver el amanecer en una de las bahías más simbólicas del planeta. Un puro romántico. Un zurdo, que jugaba solo con una pierna. Un soñador. Le dieron mil apodos. Le escribieron infinitas canciones. Pero al final es conocido como Diego, el nombre que le dio su madre. Fue futbolista sin ser atleta. Fue Rey sin haber sido príncipe. Y, por eso, fue el más grande.