En la Iglesia existe una tendencia hacia la unidad que fácilmente puede confundirse con un deseo de uniformidad: que todos seamos iguales, pensemos igual, actuemos de la misma manera y vivamos la fe de forma idéntica. Este anhelo, que a menudo se disfraza de piedad y buenas intenciones, puede terminar siendo más bien una trampa del diablo para sofocar la acción del Espíritu Santo, quien inspira una unidad fundamentada en la diversidad. Este capítulo explora cómo Dios es uno y diverso, y cómo su Iglesia también es una y diversa