El evangelio hasta el fin de la tierra no es solo una declaración de alcance, sino una misión que nace en el corazón de Dios y se extiende a través de su pueblo. Es una historia de gracia, poder y propósito. Jesús mismo, antes de ascender al cielo, dejó esta comisión clara: “Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).

Este llamado no ha cambiado. Hoy, seguimos siendo parte activa de ese movimiento que empezó con unos pocos discípulos y que ahora atraviesa continentes y culturas. El evangelio no es estático ni limitado por fronteras. Es dinámico, vivo y destinado a llegar hasta el rincón más lejano de la tierra.