Queridos hermanos y hermanas, hoy nos reunimos para reflexionar sobre un pasaje muy conocido de Eclesiastés, que nos recuerda que "hay un tiempo para todo". En nuestra vida, a menudo nos encontramos atrapados en la rutina y en las preocupaciones diarias, olvidando que cada momento es una oportunidad divina. El tiempo es un regalo que Dios nos ha dado, y es nuestra responsabilidad aprovecharlo al máximo. No podemos permitir que la vida nos pase de largo sin compartir el mensaje transformador del evangelio con aquellos que nos rodean.
A veces, las barreras que nos impiden predicar el evangelio no son externas, sino internas. Nos decimos a nosotros mismos que no tenemos tiempo, que no somos lo suficientemente buenos o que no sabemos cómo hacerlo. Sin embargo, es fundamental recordar que Dios nos ha llamado a ser sus mensajeros, y Él nos capacita para cumplir esta misión. Cada día es una nueva oportunidad para hablar de Su amor y gracia, y no debemos dejar que nuestras inseguridades nos detengan. El tiempo que pasamos dudando es tiempo que podríamos estar invirtiendo en el Reino.
Además, el mundo que nos rodea está lleno de personas que anhelan escuchar la verdad. Hay un tiempo para reír, un tiempo para llorar, y también un tiempo para compartir el evangelio. Cada conversación, cada encuentro, es una oportunidad para sembrar la semilla de la fe en el corazón de alguien. No subestimemos el poder de una simple palabra de aliento o un gesto de amor. A veces, lo que parece un pequeño acto puede tener un impacto eterno en la vida de otra persona.
Así que, les invito a que no dejemos pasar más tiempo. Comencemos hoy mismo a predicar el evangelio a aquellos que tenemos cerca: amigos, familiares, compañeros de trabajo. No esperemos a que llegue el "momento perfecto", porque ese momento es ahora. Recordemos que cada día es un regalo y una oportunidad para ser luz en la oscuridad. Que nuestras vidas reflejen el amor de Cristo y que, con valentía, compartamos Su mensaje con el mundo. ¡Amén!