Cuando miramos nuestras vidas, muchas veces nos encontramos en puntos difíciles, como si no supiéramos hacia dónde vamos. Sin embargo, la palabra de Dios nos asegura que Él tiene un propósito para cada uno de nosotros. El pueblo de Israel vivió esto de manera ejemplar. Desde que Dios llamó a Abraham, hasta el éxodo, cada etapa de su historia fue parte de un plan divino perfecto. Aunque enfrentaron esclavitud, desierto y guerras, todo estaba encaminado a un futuro de bendición y promesas cumplidas.
Dios es un maestro de la paciencia y la perfección. Muchas veces, lo que parece un punto A difícil y doloroso, es solo el comienzo de algo más grande. El pueblo de Israel atravesó pruebas y sufrimientos, pero Dios no los abandonó en ningún momento. Al contrario, los momentos de dolor y de lucha fueron esenciales para su crecimiento y para el cumplimiento de Su propósito. Es en esos momentos donde vemos la fidelidad de Dios, que usa todo, lo bueno y lo malo, para llevarnos a Su voluntad perfecta.
Así como el pueblo de Israel pasó por situaciones difíciles, nosotros también experimentamos momentos de angustia, pruebas y decisiones difíciles. Pero cada una de esas circunstancias tiene un propósito en el plan de Dios. A veces no entendemos el motivo de lo que estamos viviendo, pero debemos confiar en que todo lo que Dios permite en nuestras vidas está diseñado para formarnos, enseñarnos y acercarnos más a Él. No hay nada que se escape de Su control, ni aún los momentos más oscuros de nuestra vida.
En el final de nuestro viaje, llegaremos al punto B, donde comprenderemos que todo tenía un propósito. Cada paso, incluso los más difíciles, nos ha formado y nos ha acercado a lo que Dios quiere para nosotros. Como el pueblo de Israel llegó finalmente a la tierra prometida, nosotros también alcanzaremos la plenitud de las promesas de Dios si confiamos en Él y seguimos adelante, sabiendo que sus planes son perfectos, y que todo, absolutamente todo, tiene un propósito.