Después de derrotar a los griegos en Termópilas y hacer que su flota se retire de Artemisio, los persas marchan sobre Ática. Un destacamento del ejército de tierra se desvía para saquear Delfos dado que, según Heródoto, “Jerjes conocía mejor lo que había en el templo que sus propias riquezas”. Sin embargo, Apolo es celoso de sus trípodes y sus calderos, por lo que saca a los persas a pedradas de su santuario.

Mientras tanto, los griegos deciden anclar la flota en Salamina, cerca de la costa ateniense. Aún así, el resto de los aliados peloponesios no están por la labor de defender Atenas por tierra, por lo que la ciudad es arrasada por Jerjes. Menos mal que la serpiente sagrada de Atenea dejó de comerse su tarta de miel mensual y los atenienses pudieron evacuar la ciudad antes de que llegara Jerjes.

Tras más de una discusión acalorada con los peloponesios, que quieren marchar con sus barcos a defender el istmo de Corinto, Temístocles consigue forzar una batalla naval con la armada persa en los estrechos de Salamina. Esto beneficia a los griegos, que con sus barcos menos numerosos y consiguen destruir gran parte de la flota enemiga. A Jerjes no le queda otra que huir antes de que los griegos le destruyan los puentes del Helesponto. Y de la conquista de Grecia, que se encargue Mardonio si tanta ilusión le hace. Si es que ya lo decía el oráculo: "Y Ares de sangre teñirá el mar..."