Los olores, expulsados de todas partes, se refugiaron en los libros, en las letras, en la poesía.
“Cuando, los dos ojos cerrados, en una tarde calurosa de otoño, /respiro el olor de tu cálido pecho, /veo dichoso extenderse las costas /que deslumbran las llamas de un sol monótono;” C. Baudelaire. (1857).