Identidad Judía y Religión – Parte 1 – Percepción de la Realidad.
Desconexión de la Existencia y Olvido del Propósito – Definiciones Básicas de Trascendencia en la Finalidad de la Vida.
Por David Saportas Liévano.
Noviembre del 2025.
Difícilmente se podría concluir que exista un interés genuino en las masas denominadas como “ser humano” un verdadero interés en conocer el propósito de sus vidas propias particulares. Mucho menos de manera extrapolada de manera sentida honesta y filosófica como generalidad. Se está muy ocupado en todo tipo de actividades, propósitos depredativos, de supervivencia, de reactividades en cadena sin cesar para suplir necesidades en relación con ambiciones, placeres, intereses temporales, obligaciones, adaptabilidades, justificaciones, banalidades, hipnosis individuales y masivas, imaginaciones, fantasías, negligencias, indiferencias, etc, etc. Es la condición por defecto a la que nos vemos enfrentados todos los que vivimos aquí en el mundo físico, ahora y en el pasado. Y se acepta en ignorancia como normalidad. Es el misterio de la vida y punto. Vive y deja vivir en el mejor de los casos. Pero ni siquiera, ello. Se concluye que cada vez es peor en el asunto de NO dejar vivir al tercero, en propagación de confusión, valores torcidos e invertidos, en robo, saqueo, rapiña, despojo, pillaje, devastación, engaño, caos, ignorancia, malicias, depravaciones y muchísimo más. Y se considera como el mejor de los casos ignorar todo el mal referido y posible de inferir con adaptaciones disonantes de todo tipo.
La situación y diagnóstico no sólo merece una voz fuerte, crítica y reflexiva. También una disertación en principio orientada hacia una reflexión filosófica y antropológica sobre la condición existencial contemporánea del ser humano y su desconexión con el propósito de la vida. No es el énfasis que quiero presentar en este artículo. Mi reflexión va mucho más allá, y como debe ser desde el punto de vista judío. Sin embargo empiezo con una disertación muy breve precisamente filosófica y antropológica como introducción motivante que permita analizar y ampliar las ideas centrales de profundidad existencial, que solamente el pensamiento judío a través de la revelación de la Torá puede aportar.
Se trata de plantear con agudeza las paradojas más profundas de la civilización sobre su indiferencia como supuesto ser humano hacia el sentido último de su propia existencia. En una época caracterizada por la hiperactividad, la aceleración tecnológica y la multiplicidad de estímulos, la pregunta esencial -¿por qué existo?- ha sido relegada al silencio interior. Lo que predomina, como bien, es una vida reactiva, mecánica, donde las acciones se encadenan sin conciencia plena de su dirección ni propósito. Bueno… Hay que decir, que no es una característica exclusiva de ésta época actual. Siempre ha sido así, según se constata, en todo lo que se califique como civilización NO judía. Esta “condición por defecto” no es un fenómeno aislado, sino una manifestación colectiva de alienación. El ser humano, absorbido por el ciclo de producción y consumo, termina por confundir movimiento con sentido, ocupación con propósito, placer con plenitud. La normalización de esta desconexión -aceptada “en ignorancia como normalidad”- constituye una forma de anestesia espiritual: una existencia superficial que evita confrontar el misterio de la vida.
La expresión “vive y deja vivir” adquiere aquí un matiz irónico, pues ni siquiera ese principio mínimo de coexistencia logra sostenerse en la realidad actual. La competencia, la agresividad social y la indiferencia se han convertido en normas implícitas que erosionan el tejido humano. La sociedad, en su conjunto, parece haber renunciado a la introspección y a la búsqueda de significado, optando por una sucesión interminable de justificaciones, distracciones y adaptaciones al vacío. Sin embargo, el mi diagnóstico deja abierta una rendija luminosa: la minoría que sí se interroga, que asume la responsabilidad de ser verdaderamente humana. Esta minoría -aunque “insignificante” en número- representa la posibilidad de redención del espíritu humano. En ellos persiste el impulso filosófico, ético y trascendental que se niega a aceptar la existencia como mera sucesión de impulsos y supervivencias. Son los que buscan reconectar con el asombro, con la conciencia y con la responsabilidad ontológica de existir.
En última instancia, mi crítica no solo denuncia, sino que invita. Invita a recuperar la capacidad de preguntar, de detenerse, de romper con la hipnosis colectiva. Invita a recordar que la vida no se reduce a su mecánica biológica o social, sino que posee una dimensión interior, simbólica y espiritual que exige atención y cultivo. El verdadero desafío, entonces, no es simplemente vivir, sino vivir conscientemente. Difícilmente el hombre, perdido entre el ruido de su propio espejismo, se detiene a mirar hacia adentro. Corre, corre sin destino cierto, persiguiendo reflejos, monedas, sonrisas prestadas, conquistas vacías. Confunde la agitación con vida, la abundancia con sentido, el brillo fugaz con eternidad. Y así, en su danza ciega, olvida que alguna vez nació con una pregunta ardiendo en el alma: ¿Para qué existo?
El mundo -esa vasta maquinaria de deseos, de horarios, de urgencias que no perdonan- le susurra: no preguntes, vive… Y él obedece. Sigue la corriente de lo “normal”, se adapta, sobrevive. Construye muros de ocupaciones para no oír el eco del vacío. Cada pantalla le ofrece un nuevo sueño; cada obligación, una excusa para no despertar. Así transcurre la humanidad: entre fantasías y justificaciones, entre placeres que se evaporan y rutinas que esclavizan. Se ha decretado que el misterio de la vida es “misterio y punto”. Y el alma, cansada de golpear puertas cerradas, se sienta en silencio, esperando que alguien recuerde. Sin embargo, aún quedan algunos, pocos, tan pocos que apenas son susurro entre multitudes, que sienten la urgencia del espíritu, que no se conforman con la superficie, que buscan el sentido en el temblor del ser. Son los que miran el mundo y perciben su sueño como un velo. Los que saben que vivir no basta si no se despierta. Ellos caminan con paso incierto pero firme, hacia una dirección que no se encuentra en los mapas, sino en la conciencia. Se hacen responsables de existir. Luchan, no contra los otros, sino contra la costumbre de dormir.
Y en ese combate silencioso, redimen -aunque sea por un instante- la dignidad perdida del nombre “ser humano”. Porque no hay mayor tragedia que respirar sin alma, ni mayor milagro que recordar que cada instante puede ser despertar. Es el sueño del alma divina en el mundo de las sombras. Del alma que descendió a la materia como una chispa a un océano oscuro. Que olvidó su origen entre el ruido de las máquinas, el murmullo de los mercados y el falso resplandor de los días. Cada verdadero hombre nació con una pregunta escondida en el pecho, una llama que ansiaba nombrar su propósito, pero el viento del mundo sopló con tanta fuerza, que el fuego se hizo brasa y la brasa, ceniza.
Así, la humanidad camina en círculos, enredada en la tela de sus propias urgencias: sueños comprados, placeres que disuelven, rutinas que hipnotizan, una interminable cadena de movimientos sin dirección. El espíritu se duerme en los cuerpos, y los cuerpos creen estar despiertos. Nadie recuerda el lenguaje de la luz. De tanto mirar hacia afuera, el hombre perdió el mapa de su adentro. Ya no busca el sentido: lo sustituye con distracción. Ya no medita el misterio: lo declara absurdo. Y la vida, ese templo invisible donde cada instante susurra su secreto, es tomada por simple escenario para una obra sin guion. Pero en medio del ruido, aún resuena un murmullo. Unos pocos -tan pocos que parecen fantasmas de otro tiempo- aún sienten el llamado. Son los que se detienen en la noche y escuchan. Los que perciben el brillo sutil detrás de las apariencias. Los que saben que todo dolor es una puerta, y que detrás del velo de lo cotidiano habita la Presencia. Ellos recuerdan que vivir no es solo respirar, sino encender la chispa que vino a iluminar la sombra. Que el propósito no se encuentra afuera, sino en la quietud donde el alma se reconoce. Allí, donde el silencio se hace sagrado, el ser humano despierta del largo sueño del olvido. Y cuando despierta, aunque sea uno solo, la creación entera respira un poco más de luz.
Y mientras el mundo entero deja de lado casi que totalitariamente el compromiso real sentido y coherente con la significancia de la existencia, no obstante hay una minoría, casi que insignificante, que sí le interesa abordar la responsabilidad como verdadero ser humano sobre el tema citado. Esa minoría es el pueblo judío exclusivamente. El verdadero ser humano. Se excluyen todos los demás pueblos, religiones, creencias, filosofías, prácticas devocionales y prácticas espirituales imaginativas. Suena muy agresiva, sectaria, fanática y algunos dirán que incluso hasta nazis mis afirmaciones. Ciertamente que NO son del agrado para todas las masas que realmente si son nazis, que predican tolerancia, progresismo, inclusión, igualdad; y al mismo tiempo que se delatan con sus conclusiones sin mayor reflexividad, con reactividad quizás antisemita, con indignación presuntuosa típicamente evidentes en mentes intransigentes, testarudas, soberbias, de mente cerrada, negacionistas, fanáticas, dogmáticas, disonantes, etc, y que califican como confirmación de aquellos que no aceptan críticas de aprendizaje o conveniencia, no pueden cambiar, no pueden evolucionar y no tienen ni intelecto, ni moral, ni capacidad de reflexión en el arte del pensar.
Digo que estas características de exhortación sólo se encuentran dentro del pensamiento judío: es decir, dentro del pueblo judío. Pero también en aquellos que intentan acercarse a la sabiduría que exclusivamente hay dentro del pueblo judío como depositario exclusivo de la revelación divina. Todo lo demás es imaginación y presunción. Sin la misma solo hay perdición. Y es lo que pretendo demostrar en esta serie de artículos sobre la identidad judía y respectivas amenazas de interpretación de la misma dentro de la misma vivencia judía actual y las percepciones externas con sus postulados y conclusiones religiosos, humanistas y antropológicos.
Mi critica introductoria no es externa, ni superficial. Es profunda y pesimista a la condición humana contemporánea e histórica, argumentando que la gran mayoría de las personas, las «masas denominadas como ‘ser humano'» carecen de un interés genuino por descubrir el propósito de sus vidas individuales, y mucho menos por reflexionar sobre ello de manera filosófica y honesta como una generalidad universal. Mi tesis central se sustenta en una observación de la vida cotidiana: los individuos están inmersos en un torbellino de actividades que, aunque necesarias para la supervivencia, se convierten en distracciones perpetuas que eclipsan cualquier indagación profunda sobre la significancia de la existencia. La distracción se acepta como condición por defecto. Bien se podría hacer un intento de enumeración de una serie de ocupaciones demostrativos e inobjetables que dominan la existencia humana: «propósitos depredativos, de supervivencia, de reactividades en cadena sin cesar» para satisfacer ambiciones, placeres, obligaciones, banalidades, hipnosis colectivas, fantasías e imaginaciones. Estas no son meras anécdotas, sino una descripción de la «condición por defecto» inherente al mundo físico, tanto en el presente como en el pasado.
El «se» impersonal dicta las normas y absorbe al individuo en lo trivial, evitando la angustia de confrontar la propia finitud y el sentido del ser. Esta normalización de la distracción se acepta «en ignorancia», reduciendo el misterio de la vida a un simple «vive y deja vivir». Sin embargo ni siquiera se cumple este principio liberal mínimo: «cada vez es peor en el asunto de NO dejar vivir al tercero». En un mundo de crecientes conflictos, consumismo depredador y polarización social, la interferencia mutua agrava la alienación, convirtiendo la existencia en una lucha reactiva en lugar de una búsqueda intencional. Esto NO es pesimismo. Es realidad, por más que se intente maquillarla con utopías disonantes, que en realidad son mucho más perversas de lo que parecen. La ausencia de compromiso con la significancia existencial es la evidente manifestación generalizada.
La tradición existencialista, ha planteado esporádicamente que «una vida sin examen no merece ser vivida», Y ésto es completamente cierto. También afirma que la existencia precede a la esencia, obligándonos a crear nuestro propio propósito en un universo absurdo. Bueno… Esto no debe ser entendido «a priori» sin que antes se hagan definiciones claras sobre qué es la existencia y qué es la existencia. Evidentemente las definiciones filosóficas humanistas distan mucho de las alturas excelsas provenientes de la Torá. Como definición humanista la postulación es falsa. El universo no es absurdo por su naturaleza intrínseca, sino por la naturaleza de nuestras decisiones y relaciones establecidas con el mismo. En cuanto a que debamos «crear nuestro propio propósito», ello es igualmente cierto como falso. Se necesita de la revelación divina de la Torá para comprender lo anterior. En términos filosóficos, la mayoría opta por la «mala fe» sartreana: justificaciones, adaptabilidades y banalidades que evaden la responsabilidad de autodefinirse. En términos nietzscheanos, se vive en el «rebaño», conformándose con valores impuestos y placeres efímeros, sin aspirar al «superhombre» que afirma la vida más allá de lo convencional.
Dejo claridad que de ninguna manera estoy aprobando las filosofías de Nietzsche, ni de Sartre, ni autores similares, ni la filosofía. En nuestra realidad dual, todo tiene copia inversa de las realidades superiores celestiales de Dios. Pero todo es copia en espejo distorsiva asociada a la maldad. Es el default matrix constructivo de nuestra realidad física donde vivimos actualmente bajo la denominación kabbalista de Olam HaSé (este mundo). Por eso nos es obligado descifrar dicha dualidad con la cual Samael nos cabalga para perdición. De ninguna manera avalo las sutilezas de planteamientos nazis del “superhombre” que se desprenden de la filosofía de Nietzsche, ni el existencialismo deprimente de Sartre. Una cosa es el superhombre celestial propósito de la creación y otra el superhombre nazi que se plantea humanistamente en la filosofía con valores totalmente invertidos a la revelación de la Torá.
Es en el judaísmo (aún estando también en un amplio espectro de grises en errores, desvíos, variaciones, confusiones, inexactitudes, yerros y falsedades) en dónde se encuentra esa minoría insignificante que se diferencia de la masa y la esperanza latente. Así que no se trata de pesimismo. No todo es nihilismo, pues a pesar del panorama desalentador en la masa, se matiza una esperanza con un «casi», el reconocimiento de la «minoría, casi que insignificante» que sí asume (aún en su estado de imperfección) «la tendencia de responsabilidad como verdadero ser humano»… El pueblo judío como ya se mencionó. De aquí el propósito de este artículo.
En el humanismo gentil se diría que también existe también una minoría insignificante élite reflexiva dónde están filósofos, místicos, buscadores espirituales o simplemente individuos despiertos que representa una excepción que prueba la regla. Podría aludir a figuras como los filósofos estoicos con sus enseñanzas entradas en la aceptación de lo que no se puede controlar y en la concentración en la propia conducta y juicio, como un camino para alcanzar la libertad interior. Se podrían citar filósofos de este tipo como Epicteto, Séneca, Arriano, etc, que en medio de imperios caóticos priorizaban la virtud interior, o también referenciar a minorías contemporáneas en prácticas como la meditación “mindfulness” o la filosofía perenne. Solo un par de citas de “algunas” posibles de verificar en la actualidad. Aunque insignificantes en número, esta minoría gentil (o por lo menos no identificada con el judaísmo) podría decirse encarna otra posibilidad de autenticidad: un llamado a romper la hipnosis masiva y abrazar la pregunta por el “telos” (propósito) de la vida. Pero esto es errado. Es falso. Es otra ilusión distractora, aunque mucho más sofisticada, de la apariencia de la ilusión e inmersión en la mentira que este mundo nos seduce por defecto.
En síntesis, la exhortación que pretendo motivar como introducción, pinta un retrato crudo de la humanidad como prisionera de su propia inercia, donde la búsqueda del propósito es suplantada por la supervivencia reactiva y el hedonismo vacío. Sin embargo, al destacar esa minoría, al judío, invito sutilmente al mismo judío y posible receptor destinatario de estas palabras a cuestionarse: ¿pertenecemos a las masas distraídas o a los pocos que asumen la «responsabilidad» existencial? En un era de hiperconectividad y crisis globales, esta disertación resuena como un recordatorio urgente: ignorar el misterio de la vida no lo disipa, sino que lo agrava. Solo mediante un compromiso honesto, individual y, ojalá, colectivo, podemos trascender la banalidad y honrar nuestra condición como seres pensantes. Pero mucho más… Podremos cumplir con el propósito divino de nuestro creador que tiene con nosotros.
Según la Torá y nuestra mejor asunción, es imposible NO concluir que el propósito de la creación sea otorgar el mayor placer a sus criaturas. No podría ser de otra forma. No con las definiciones absolutas de lo que significa la palabra Dios. El Todopoderoso, el que es infinito en Bondad, el que todo lo sabe, el que está en todas partes, el que es justicia y verdad completa, el único, etc. Sólo Dios poseedor de tales características puede definir Su propósito con carácter infinito en la variable más sublime y fundamental de existencia… El placer. El propósito de Dios es otorgar placer infinito a su creación. No se puede deducir nada diferente a ésto. Aceptar está inobjetable conclusión (que incluso no requeriría ni siquiera revelación explícita en ese sentido), es aceptar de forma paralela y obligada, que el hombre, el Adam primordial (Adam Kadmón) como raíz del Adam HaRishón, el primer Adam celestial fue, ha sido, es y será el propósito de la Creación.
La misma creación tiene como origen raíz antes que nada en la «mente» de Dios a «Adam Kadmón» (el hombre primordial) como planos de diseño de todo lo «creado». El hombre arquetipo propósito de la creación es la misma creación. Entender ésto es el aspecto más alto de la fe. No es una variable más del cosmos, del universo, de la existencia, de lo creado. Llámelo como mejor le parezca en asociación con todo lo infinito que podría inferirse en ello. Comprender la cosmología es comprender quién es el hombre, nuestra importancia, compromisos, retos, propósitos, significado y destino tanto para el bien máximo en victoria, como para lo opuesto en fracaso. De aquí que se requieran formulaciones continuas reflexivas fundamentadas en el conocimiento de la Torá tal que nos permita acercarnos a la percepción sentida y entendida de dicha cosmología, del hombre y de Dios. Reflexiones no sólo como ejercitación y aprendizaje en el arte de pensar, desarrollo del intelecto, capacidades cognitivas, capacidades deductivas, analíticas y similares en adquisición de conocimientos de la Torá y sus entendimientos multidimensionales, sino también en el diagnóstico de nuestro entorno y lo que somos con lo errado y lo acertado con propósito y ánimos correctivos.
Hay que saber que algunas revelaciones son costosas. Uno debe estar dispuesto a pagar el precio. El religioso y dogmático jamás pagará el precio. El libre albedrío es hoy prácticamente un mito. Por otra parte, también lo es el determinismo, el destino y el propósito. Como individuos, normalmente no vemos el panorama general. Desde los albores de la historia, los “seres humanos” hemos intentado de todas las formas posibles encontrarle sentido al universo en el que vivimos. Aunque muchos lo han intentado también este día, nadie lo ha logrado por completo. Esencialmente, todas las religiones, caminos espirituales y filosofías del mundo pueden muy bien ofrecer grandes percepciones y revelaciones; sin embargo, a pesar de las afirmaciones de muchas religiones en sentido contrario, ninguna ha proporcionado hasta ahora a toda la humanidad una experiencia de la verdad indiscutible. Nunca lo harán. Nunca se ha tratado de religión. ¿A dónde debe llevarnos la búsqueda de sentido? ¿Deberíamos seguir explorando el mundo que nos rodea? Respuesta… ¡Por todos los medios!
La mayoría de los lectores quieren claridad. Quieren leer palabras que tengan sentido, que comprendan y digan algo definitivo. Sin embargo, ¿qué pasa cuando las palabras no son suficientes? ¿Qué pasa cuando no hay claridad, cuando no hay un sentido claro y ciertamente nada definido? ¿Qué sucede si descubrimos que en lugar de estar parados en tierra firme, realmente estamos parados sobre la superficie acuosa de un océano profundo? ¿Podemos nadar? ¿Cuánto tiempo se puede andar en el agua? ¿Podemos caminar sobre el agua? El mundo que nos rodea solo refleja la complejidad y, por lo tanto, la confusión de los mundos internos que influyen tan fuertemente en nuestro mundo externo. Todos estos mundos internos son muy reales y, sin embargo, nunca debemos crear mitos, fantasías o pesadillas e inventar historias sobre estos otros dominios y las entidades imaginarias que viven allí, y lo que hacen y no hacen. La historia humana está llena de historias de tales entidades, sean buenas o malas, y de todas estas historias, ninguna de ellas es verdadera de la forma en que la mayoría piensa. Todas las entidades son reales y ficticias, ambas al mismo tiempo. Existen porque las hacemos existir, y si no existieran dentro de nosotros, no serían conocidas por nosotros. Por lo tanto, solo pueden existir, para nosotros, dentro de nosotros.
No crea que no hay respuestas, pues si las hay. Es por eso que la búsqueda de la expansión de la conciencia se convierte en el único criterio a través del cual se pueden lograr revelaciones reales y percepciones universales. Nuestras mentes individuales deben continuar expandiéndose. Cada uno debe crecer hasta alcanzar el horizonte de la revelación. No se confunda y trate de conciliar caminos multidimensionales de entendimiento. No es fácil saber de las cosas oscuras que suceden en este mundo. Es su opción ignorarlo o exponerlo. Yo escojo exponerlo, porque es una obligación parte de los caminos de la fe. Puede ser depresivo para las mentes infantiles e inmaduras. Peor aun, enciende la ira de todo aquél que no quiere se le contradiga, que no quiere se le informe con verdad, se le disturbe su zona de confort, se le contamine su burbuja, se le advierta de lo tóxico, se le muestre el error y la enfermedad, se le pida coherencia, se le despierte de su sueño, se le desintoxique de su adicción, se le saque de la “traba” y embriaguez de su realidad, se le instruya, se le cuente, se le comparta, se le quiera ayudar, se le quiera advertir, se le quiera mostrar el peligro, se le quiera ilustrar con otra información, etc, etc.
Acceder al conocimiento y el entendimiento que se nos otorga a través de la Torá, esencialmente significa acceder a un mensaje espiritual de libertad para el alma y que sólo a través de ésta se puede llegar a la libertad como individuos en una sociedad mayor que nos demanda muchas obligaciones y deberes que proporcionan libertad. Suena contradictorio, pero no lo es. Es la misma esencia del conocimiento espiritual.
Si bien los religiosos todavía son medio «libres» de proclamar su creencia en la existencia de un Ser Divino, dichas creencias ya no son toleradas si violan las nuevas normas morales y sociales de la sociedad. Se tolera la creencia en Dios (cada vez menos); ¡Seguir la ley de Dios no se puede tolerar! La autoridad divina se considera fanática y contraria a la vida moderna. Sin embargo, la ley divina no es religión. La ley divina es la ley natural; es el camino del ser humano, incluidos sus potenciales espirituales superiores. Cuando esto se niega y finalmente se pierde, los seres humanos descienden al nivel de los animales, y los animales son mucho más fáciles de acorralar y controlar. Si se niega el alma divina y las responsabilidades que le son inherentes, nos quedamos con una «humanidad» que esencialmente no son más que animales. Enséñeles a las personas que son animales, hágales creer que son animales, y entonces podrá justificar el tratamiento de ellos como animales. Y no obstante se acepta se nos trate como animales, nos ofendemos si se nos dice que somos animales. La psicosis a la orden del día y en aumento. A mayor ignorancia, mayor cinismo y arrogancia. El ignorante presume tiene las respuestas a todo, y jamás pagaría el precio en esfuerzo por salir de su ignorancia.
La Kabbalá está repleta de textos sagrados que explican muchos de los misterios del alma. Pues el alma se corresponde a la misma creación, al universo, al cosmos. No simplifique, ni crea que ya entendió. Cuando se nos dijo en la Biblia que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, es a éste aspecto a lo que se refiere. Porque toda la creación deviene de lo que es “alma divina”. Todo el reino físico tiene sus definiciones como Leyes o Ley Elokim en esa esencia que lo prediseño como software infinito y que son los planos completos de la realidad física y espiritual, en el alma que Dios comparte como raíz de nuestra existencia. Así que el alma no es en lo absoluto algo para simplificar. El Nombre de Dios está inscrito en ella. ¿Y qué es el Nombre de Dios? Son muchas cosas. Pero para empezar son los planos de la creación. Es el software inscrito en el alma que nos permite percibir e interpretar la realidad física y espiritual sensorialmente a través de la mente (el cerebro), el corazón y de nuestros sentidos en lo físico, así como de forma espiritual cuando los anula nuestro cuerpo biológico muerto. Cuando el cuerpo muere vamos a percibir e interpretar tanto la realidad física como espiritual sin los filtros que proporciona el cuerpo. Es decir, se percibirá de una forma más nítida y sustancialmente diferente. Pero el software o A D N del alma seguirá estando presente. Nuestra alma habrá sido impactada y modificada para rectificación, superación, degradación o perdición según sea el caso, por las experiencias e información con que la hayamos alimentado durante nuestras vidas.
Lo anterior es sólo una descripción técnica, si se permite la expresión, muy simple de la función del alma en nuestra vivencia. No es solamente un software instalado en un hardware. Nuestra alma tiene muchos niveles fractales. La Kabbalá del Baal HaSulam decodificando el Sagrado Zohar, nos habla de 125 niveles. Desde lo más básico en los niveles de Nefesh, hasta llegar a los niveles divinos en Yehidá, el nivel del alma de unificación con Dios. Es la chispa divina que compartimos (si es que la tenemos) con Dios. Esa conexión la da Mashiaj cuando no se tiene en el nivel más alto de Keter. Si sabe algo de Kabbalá, de pronto pueda visualizar lo anterior. No digo que entender, lo cual requiere de mucho más de conocimiento y conexión. Hay que recordar que en la Biblia se nos relata la caída del hombre. Está narrado en Génesis con la historia de Adán y Eva, la Serpiente, el fruto prohibido, el árbol de la vida, el árbol de conocimiento del bien y el mal, etc. Claro… Entender lo anterior bien puede requerir toda una vida de estudio.
Algunos postulan con suspicacia que el cerebro sólo decodifica lo que vemos en nuestra realidad para el observador que está detrás viendo. Está descripción es muy ignorante, pues la osada y estrambótica elucubración sólo queda a ese nivel descriptivo, sin explicaciones no más que imaginativas de existencia de entidades siniestras que nos manipulan, que absorben nuestra energía y todo lo demás especulativo que pulula en dichos ámbitos supuestamente inquisitivamente iluminados. No obstante es acertada a pesar de su ausencia completa de revelación y explicaciones de la existencia, en el sentido que efectivamente si hay una «entidad» que observa a través de nuestra mente. Pero no solamente la mente en el aspecto físico. También en el aspecto espiritual. Esa entidad es nuestro propio nivel de alma, ya sea infectada por otras entidades espirituales siniestras (posesión demoníaca), influencias y posesiones espirituales bajas (divukim, vagancia de almas humanas perdidas en el astral), ya sea como consecuencia de nuestro propio nivel no rectificado y degradado, ya sea como consecuencia de nuestro karma, tikun, genética y pasado cósmico, ya sea como resultado de nuestro origen espiritual y genético tanto celestial caído, como de oscuridad, manipulaciones e infiltraciones satánicas de huestes en rebelión. El espectro podría ser aún más extenso.
Nuestra alma como observadora de la realidad y acorde a nuestro nivel de la misma, no solamente contempla, sino que también percibe la misma como existencia individual, la siente, la experimenta, la vive, la padece, la sufre, la advierte, la soporta, la goza y mucho más, tanto para bien, como para mal. Tanto en oscuridad, como con luz y claridad, tanto asociado a lo superior o a lo inferior, tanto en confusión, como en comprensión, tanto con odio o con amor, tanto en verdad como en falsedad, tanto asociado a lo infernal o lo angelical. El asunto a concluir es que no todos tenemos la misma calidad de alma, no todos tenemos el mismo origen, no todos somos iguales a nivel espiritual y del alma, y la mayoría de nosotros tenemos estados de alma muy bajos. No todos percibimos lo mismo, ni de forma igual. Esta última frase parece ridículamente obvia. Todos lo sabemos. Lo que NO sabemos son sus implicaciones. Hay que saber por lo menos que la descripción anterior, por estrambótica que parezca, es sabiduría kabbalista revelada que conviene conocer. Y no por ello es que se deba prestar atención a ello. Pues conviene saber cuál es la estructura matrix espiritual que nos define, pues es de vital importancia. Es lo que aquí trataré de explicar en relación con nuestras conclusiones de vida, principalmente como judíos en la percepción de vida más alta y sublime que convenga, sino también para quienes transiten de forma engañada en el cristianismo, o completamente capturados en la oscuridad secularmente y en otras religiones.
David Saportas Liévano
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