Una Iglesia sana nunca obliga, no chantajea, no enajena, difama ni amenaza con maldiciones a quien retira su membresía, llamándole «traidor», con el único objetivo de retenerle. Una Iglesia sana respeta las decisiones de sus fieles, no impone cuotas, trabajos a cambio de la salvación. Tan sólo motiva a sus fieles y les anima a vivir conforme a las enseñanzas del Señor Jesucristo.