En el frío invierno de 1484, las campanas del Vaticano resonaban bajo un cielo gris mientras el Papa Inocencio VIII, un hombre conocido por sus conflictos internos y su ansia de poder, firmaba un documento que cambiaría para siempre el destino de Europa: la bula Summis desiderantes affectibus. Este decreto no solo otorgaba legitimidad a la persecución de las brujas, sino que encendía la primera chispa de una era de terror, fanatismo y muerte que se extendería como un incendio voraz por el continente. Fue el acto que marcó el comienzo de la llamada caza de brujas, una cruzada impulsada por la paranoia y la superstición, pero también por intereses políticos y religiosos.