tantos flamencos que se abren camino a borbotones, sin pedir permiso, abriendo

surcos donde antes sólo hubo desierto. Israel Fernández proyecta su figura,

monumental y camaleónica, imposible de enjaular, por muchos de esos surcos

existentes y otros cuantos de los que aún no tenemos noticia. De las bases electrónicas siempre

interesantes de El Guincho a sus colaboraciones con Juan Carmona o Árcangel, su

arte resiste cualquier envite.

es un álbum que está llamado a marcar una época, la del esplendor de la música

flamenca -con toda la amplitud que el término permite, es decir toda la de la

galaxia y más allá- entre las generaciones jóvenes en España. Son canciones que ya nacen con un

poso inmortal, que suenan de toda la vida, que parecieran clásicos si no fuera

la primera vez que las escuchamos. Escritas por él mismo, con la producción del

productor vanguardista Pional y su colaborador habitual, el guitarrista Diego

del Morao, estos temas reflexionan sobre la identidad gitana, las injusticias y

la creación artística.

Nos

cuentan nuestros espías en la noche madrileña -lástima irreparable no haberlo

podido presenciar en persona- que la presentación del álbum para unos selectos

invitados el otro día en una galería de arte en el barrio de Carabanchel fue

una fiesta flamenca de las que marcan época, que allí se respiraba el

ambiente de las ocasiones memorables. Israel Fernández, a sus 34, ya está

posicionado para no sólo ser ‘el mejor cantaor flamenco de su generación’,

como ya se ha dicho, sino quien lleve este arte a cruzar fronteras geográficas

y mentales.

José

Fajardo