Ser especial implica una falta de confianza en todo el mundo excepto en ti mismo. Depositas tu fe exclusivamente en ti. Todo lo demás se convierte en tu enemigo: temido y atacado, mortal y peligroso, detestable y merecedor únicamente de ser destruido. Cualquier gentileza que este enemigo te ofrezca no es más que un engaño, pero su odio real. Al estar en peligro de destrucción tiene que matar, y tú te sientes atraído hacia él para matarlo primero. Tal es la atracción de la culpabilidad. Ahí se entrona a la muerte como el salvador; la crucifixión se convierte ahora en la redención, y la salvación no puede significar otra cosa que la destrucción del mundo con excepción de ti mismo. ¿Qué otro propósito podría tener el cuerpo sin hacer especial?