En un circuito que parece usar-y-tirar a la velocidad de
un storie tendencias musicales, ver a artista que persisten y resisten en
seguir articulando un discurso conceptual en torno a lo que un día conocimos
como “tendencia” es de agradecer.
Me refiero a Javi Punga, icono de lo que se llamó hace ya
dos o tres lustros como “lo-fi”, un movimiento en el que el carácter doméstico
y urgente, sin intermediarios, en el apogeo de los blogs, los enlaces de descarga
en .zip o .rar y de la expansión del eMule, Soulseek y similares, se hizo
fuerte en una facción de la escena alternativa (o mal llamada indie) de hace unos
años.
Parece que aquello es pasado y pisado, y que el lo-fi
cedió a otras tendencias que coparon o copan el circuito:
desde las músicas urbanas hasta la recuperación de la tradición o, si buscamos
homólogos a aquel “lo-fi”, ahora se habla más de “bedroom pop” y similares. Pero
no en el caso del artista argentino, que sigue demostrando un carácter
especialmente prolífico, especialmente desde que decidió crear una suerte de
línea conceptual dentro de su obra: El Club del Low-Fi.
En ese club del que solamente es miembro él y sus
canciones ya lleva nueve volúmenes. El último de ellos, el flamante “El último
primer día” que coeditan entre dos de los estandartes de las discográficas
independientes argentinas, Ultrapop y Laptra, y que es, a la vez, un
devocionario de la grabación en baja fidelidad, un tributo al sonido grunge que
parece que se ha extinguido de la órbita rock y una exploitation
sarcásticamente finmundista dado el contexto sanitario de los últimos dos años.
Seis canciones que, en realidad, son doce: las versiones
originales y las instrumentales para que cada uno haga su propia versión y variación,
casi como un juego para armar y formar parte del singular club de Javi Punga
que, lejos de sonar anacrónico, suena a la vez punkarra y vanguardista, con
proclamas adictivas y necrosas como “Bedroom grunge”, “City Pop” o “Activismo
Juvenil”, entre otras.
Alan Queipo.