Quizá aún no seamos conscientes de lo necesitado que está el ser humano en lo que a baile con nocturnidad y alevosía se refiere. Tras llevar más de un

año economizando nuestras reuniones sociales, siempre con distancia y

mascarilla, y con prácticamente ninguna oportunidad de bailar y sentir el calor

y el sudor ajeno en la pista de baile, lo normal es que la cultura de rave, las

discotecas más pisteras y, por ende, la música que forma parte de ese hábitat,

vuelva.
Si es por eso, estad tranquilos y tranquilas: la

argentina Jazmín Mazzuchelli acaba de publicar un álbum en el que se recupera,

desde una perspectiva melódica y con estribillos redondos, el espíritu de una

electrónica que bucea por la cultura de club, esquiva la algo manoseada

etiqueta de synthpop que protagonizó las tendencias de hace algo más de una

década; y firma un EP largo (o un LP corto) de apenas siete canciones y

poco más de veinte minutos en el que el acid house de los Happy Mondays se funde

con la electrónica chill de la Ibiza de los ’90 y, a la vez, se hace guiños a

tendencias como el UK Garage o el jungle británico.

Tanto cuando firma uno de los hits neo-bakalas más sexys

y ultramelódicos de lo que llevamos de año (“Por acá”) como cuando se acerca a

un deep house de aires r&b (“Mirar de cerca”), cuando gira hacia un sonido

más oscuro, envenenado e industrial (“Algo”), cuando hace una oda a la

electrónica ochentera (“También el mar”) o cuando se pone espiritual y ambient,

pero también conectada con el indie argentino (“119”); la platense Jazmín Mazzuchelli

se posiciona como uno de los nombres más interesantes de un nuevo resurgir de

la electrónica aplicada tanto al club como al pop.

Alan Queipo