Quien solo se deje guiar por la distancia de ocho años

entre su debut “Nada personal” y su segundo álbum homónimo publicado hace solo

unas semanas, pensará que Juan Pablo Vega necesitó de mucho tiempo y toma de

distancia de la música para saber hacia dónde quería ir. Pero nada más lejos de

la realidad: mucha música ha pasado por las manos del artista colombiano

estos últimos años, y buena parte de la que ha ido publicando estos dos últimos

años es la que canaliza en su nueva placa.

Tres EPs (“Vicio”, “Las Olas” y “Conexión”), varias

producciones para prestigiosos artistas (dos de esas producciones, para sus

compatriotas Esteman y Manuel Medrano, le valieron nominaciones al Grammy,

consiguiendo Medrano la estatuilla), fichaje por una de las multinacionales más

importantes (Warner Music) y un tonel de colaboraciones ilustres, hasta llegar

a lo que ahora es “JUAN PABLO VEGA”, en mayúsculas: un álbum que condensa

las diferentes sensibilidades del bogotano como compositor y productor, pero

también proyectando un marco de referencias especialmente poliédrico.

Si en su EP anterior, “Conexión”, ya demostró su pasión

por sonidos como el dub y el reggae, algo que también se manifiesta en este

nuevo álbum largo en algunas canciones (“Dejarnos ir” o “Apagar la luz”), este

cancionero, del que ya conocíamos el grueso de las canciones, que ha ido

publicando como single en el último año, confirma no solo sus conexiones con

otros artistas de su generación (mucha colaboración en el disco: desde Esteman

y Vanessa Zamora hasta Mabiland, Karin B. o Vic Mirallas) sino también una

lógica de cancionista tan cerca de los mentados ritmos tropicales como por el funk

instrumental (“El vacile del tío”), el groove del r&b (“Prófugos”

u “Ojos tristes”), el bolero (“Joderlo todo”) o el pop de autor

moderno (“Lo volvería”).

Alan Queipo.