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Hoy en este espacio dedicado a lo que sabés de Misiones, vamos a referirnos a las impresiones de viaje que dejara, sobre una costumbre nuestra, un periodista muy famoso. Hoy estamos acostumbrados a las notas de viaje realizadas en cualquier parte del mundo, pero este periodista, muy famoso en Europa hacia comienzos del siglo XX, nos contará acerca del hábito del mate en un viaje que emprendiera hacia las cataratas del Iguazú en 1909, cuando vino a recorrer nuestro país.
Es el francés Jules Huret, famoso entonces por sus publicaciones en las que dejaba retratos de las tierras que recorría, en tiempos en que la industria turística recién comenzaba en el mundo, y en esta oportunidad, Huret emprende el viaje hacia Iguazú en las primeras líneas de navegación regulares de la época y nos dice que: “una de las cosas que más sorprenden al viajero cuando sale de Buenos Aires, es ver a los hijos del país, hombres, mujeres y niños, entretenidos en las puertas de sus casas aspirando un canuto de unos 20 centímetros, cuya extremidad más gruesa y agujereada, se introduce en una calabaza seca del tamaño de una pera mediana. Ese canuto se llama bombilla y la calabaza tiene el mismo nombre que la planta: mate. Esta se llena de polvo en sus dos terceras partes y luego se echa agua caliente a fin de extraer el perfume y el aroma de la planta, aspirándose la infusión. Los verdaderos aficionados lo toman al natural, y esto se llama mate amargo. La calabaza queda sin agua cuando se aspira una pocas veces, pero el verdadero criollo debe llenarla unas diez o quince veces seguidas.
Si se entra a una estancia y nos presentan la bombilla, para corresponder a la atención del dueño hay que chupar de ella después de haberlo hecho Dios sabe cuántos.
El uso de esa bombilla colectiva fue seguramente un obstáculo para la difusión del mate entre las clases acomodadas. Ahora bien, sería fácil preparar el mate como el té o emplear canutillos de paja que podrían cambiarse. De todas formas el argentino es en la actualidad el mayor consumidor de mate en toda la América del Sur. Esa infusión, más tónica que el té, parece reunir a la vez la virtud reconstituyente de la coca y la refrescante del ruibarbo.”
Y hace Huret una acotación interesante que tiene que ver, no ya con el mate, tomado en la forma tradicional, sino con el mate cocido, cuando destaca que los obreros, especialmente italianos, y en las ciudades, al no tener tiempo -dice- como el criollo de aspirar todo el día de la bombilla, hierven el mate en una lata y mojan en ella el pan, en un procedimiento que parece “bárbaro” a los hijos del país, porque para estos, es decir los nativos de la tierra, el alimento fundamental es la carne y el mate, pudiendo prescindir del pan, pero no del mate.
Testimonios de un viajero de hace más de cien años sobre un producto de esta tierra misionera que el tiempo se encargó de demostrar cómo fue afianzándose, por sus virtudes, en nuestro país y otras partes del mundo.
By Rolo CapaccioHoy en este espacio dedicado a lo que sabés de Misiones, vamos a referirnos a las impresiones de viaje que dejara, sobre una costumbre nuestra, un periodista muy famoso. Hoy estamos acostumbrados a las notas de viaje realizadas en cualquier parte del mundo, pero este periodista, muy famoso en Europa hacia comienzos del siglo XX, nos contará acerca del hábito del mate en un viaje que emprendiera hacia las cataratas del Iguazú en 1909, cuando vino a recorrer nuestro país.
Es el francés Jules Huret, famoso entonces por sus publicaciones en las que dejaba retratos de las tierras que recorría, en tiempos en que la industria turística recién comenzaba en el mundo, y en esta oportunidad, Huret emprende el viaje hacia Iguazú en las primeras líneas de navegación regulares de la época y nos dice que: “una de las cosas que más sorprenden al viajero cuando sale de Buenos Aires, es ver a los hijos del país, hombres, mujeres y niños, entretenidos en las puertas de sus casas aspirando un canuto de unos 20 centímetros, cuya extremidad más gruesa y agujereada, se introduce en una calabaza seca del tamaño de una pera mediana. Ese canuto se llama bombilla y la calabaza tiene el mismo nombre que la planta: mate. Esta se llena de polvo en sus dos terceras partes y luego se echa agua caliente a fin de extraer el perfume y el aroma de la planta, aspirándose la infusión. Los verdaderos aficionados lo toman al natural, y esto se llama mate amargo. La calabaza queda sin agua cuando se aspira una pocas veces, pero el verdadero criollo debe llenarla unas diez o quince veces seguidas.
Si se entra a una estancia y nos presentan la bombilla, para corresponder a la atención del dueño hay que chupar de ella después de haberlo hecho Dios sabe cuántos.
El uso de esa bombilla colectiva fue seguramente un obstáculo para la difusión del mate entre las clases acomodadas. Ahora bien, sería fácil preparar el mate como el té o emplear canutillos de paja que podrían cambiarse. De todas formas el argentino es en la actualidad el mayor consumidor de mate en toda la América del Sur. Esa infusión, más tónica que el té, parece reunir a la vez la virtud reconstituyente de la coca y la refrescante del ruibarbo.”
Y hace Huret una acotación interesante que tiene que ver, no ya con el mate, tomado en la forma tradicional, sino con el mate cocido, cuando destaca que los obreros, especialmente italianos, y en las ciudades, al no tener tiempo -dice- como el criollo de aspirar todo el día de la bombilla, hierven el mate en una lata y mojan en ella el pan, en un procedimiento que parece “bárbaro” a los hijos del país, porque para estos, es decir los nativos de la tierra, el alimento fundamental es la carne y el mate, pudiendo prescindir del pan, pero no del mate.
Testimonios de un viajero de hace más de cien años sobre un producto de esta tierra misionera que el tiempo se encargó de demostrar cómo fue afianzándose, por sus virtudes, en nuestro país y otras partes del mundo.