Kiko Veneno tiene 69 años pero su mente
sigue siendo una de las más jóvenes entre los creadores contemporáneos. Siempre
dispuesto a aprender, sin miedo a equivocarse, en busca de esa poesía libre de
jaulas que ha guiado su obra, durante el último año ha encontrado en estas
canciones un refugio contra el ruido y el dolor que venían de fuera.
‘Hambre’ es un apéndice de su anterior grabación, el estupendo ‘Sombrero roto’
(2019), una segunda parte donde prosigue con su investigación sonora en busca
de nuevos territorios.
“Estoy fatal de la voz y la letra se me ha olvidado.
Menos mal que traigo yo mis zapatitos nuevos”, dice con sorna en ‘Hambre’. Esta
canción marca el tono del disco tanto en el plano lírico (esa mirada
inquieta hacia la realidad, una sensibilidad especial por hacer de lo cotidiano
un arte, el sentido crítico hacia las cosas que la mayoría dan por sentadas e
inamovibles) como en el sonoro, con ese riesgo que asume al mezclar sus
melodías de siempre con las posibilidades que ofrece la tecnología.
“No le tengo miedo a las máquinas”,
decía Kiko Veneno en una entrevista reciente. Es un creador que no se conforma
con lo que ya sabe y se arriesga a equivocarse para avanzar. Lo hace en este
disco en el que logra esculpir (con la ayuda de productores más jóvenes como
Hartosopash, de Antifan) un sonido original, que no está haciendo nadie más
ahora mismo, fusión inédita entre sus cantecitos con deje flamenco y los aires
que vienen de África o Latinoamérica junto a los mantos sutiles y evocadores de
la electrónica más vanguardista.
José Fajardo.