En este punto, debemos preguntarnos ¿cómo es posible que pueda suceder algo contrario a la voluntad de Dios, un ser con poder absoluto? El introdujo el libre albedrío en su creación, es decir que creó criaturas con la libertad de actuar tanto bien como mal más allá de su voluntad. Si bien esto es lo que hizo posible la presencia del mal en el mundo, es también lo que posibilita el amor, la bondad y alegrías dignas de tenerse. De este modo, Dios destina para su creación la felicidad de estar unidos a Él y entre sí libre y voluntariamente.

Sin embargo, desde el momento en el que la persona adquiere una identidad propia está presenta la posibilidad de esta se sitúa a sí misma en primer lugar, buscando ser el centro, queriendo ser Dios. Este fue el pecado que cometió Satanás y que enseñó a la raza humana, es decir, hacerles creer que podían “ser como dioses”, ser autónomos como si se hubieran creado a sí mismos, ser sus propios amos e inventar algún tipo de felicidad para sí mismos más allá de Dios. Evidentemente, esta no ha sido posible debido a que Dios diseñó al hombre para que funcionara con El, por lo tanto, no puede darnos felicidad y paz aparte de El mismo.

Dios nos dejó, en primer lugar, la conciencia, el sentido de lo correcto y lo incorrecto, luego, aquellas historias divulgadas a través de las religiones paganas acerca de un dios que da nueva vida a los hombres. Por último, escogió un pueblo, el judío, y le enseñó el tipo de Dios que era, que era uno sólo y que se importaba por nuestra buena conducta. Dentro de esos judíos apareció Jesús, un hombre que hablaba como si Él fuera Dios, diciendo que perdonaría los pecados y que Dios Vendría a juzgar al mundo al final de los tiempos. Para él, Dios es el Ser fuera de este mundo que lo había hecho y que es infinitamente diferente a cualquier otra cosa.

Durante su vida, Jesús les decía a las personas que sus pecados habían sido perdonados sin detenerse a preguntar por aquellos seres a los cuales sus pecados habían agravado, sino que El se comportaba como fuera la persona ofendida por dichos pecados. Lo dicho anteriormente, únicamente adquiere sentido si Jesús era realmente el Dios cuyas leyes son rotas y heridas al cometer un pecado.