Los primeros cristianos notaron la ausencia del Señor. Su Humanidad se marchó al cielo el día de la Ascensión (cfr. Lc 24, 46-53). Y ellos seguro que se quedaron con una sensación extraña.
María guardaría con cariño la ropa de Jesús, e incluso su casa todavía conservaría su olor. Pero ya no iban a ver más sus manos grandes de carpintero, ni su simpática sonrisa, ni oirían el tono de su voz… Se fue.