Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, los aviones eran pocos, técnicamente primitivos y su valor militar no estaba probado. Para 1918, miles de aviones militares de alto rendimiento estaban en servicio en todos los frentes, cumpliendo varias funciones especializadas: reconocimiento, detección de artillería, defensa aérea, apoyo terrestre, bombardeo estratégico. El concepto de superioridad aérea estaba firmemente establecido y el éxito militar en tierra se había vuelto dependiente del éxito en el aire.