Share La barba roja de Barbarroja
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By Pablo Moviglia Leibovich
The podcast currently has 274 episodes available.
No había pasado ni un año desde la muerte de Galerio en el 311, y los nuevos tetrarcas, que no tenían ninguna relación de parentesco, empiezan a disputarse el poder. Las hostilidades son iniciadas por Constantino, hijo del augusto Constancio, y él mismo augusto de Hispania, la Galia y Britania. Constantino decide que Roma no necesita cuatro emperadores, sino un sólo emperador fuerte. Y entonces, se lanza a la conquista contra Majencio, augusto de Italia y África. La gran guerra civil por el poder imperial había comenzado.
Diocleciano había ascendido al trono imperial romano en el año 284 y ahora, luego de más de 20 años, había dejado el poder. Era, de hecho, el primer emperador romano en renunciar voluntariamente a su posición. Maximiano, el otro augusto de la Tetrarquía, hace lo mismo. En lugar de Diocleciano y Maximiano, ascienden como augustos los césares Galerio y Constancio. Galerio iba a controlar el nuevo colegio imperial. Constancio muere al año siguiente, en el 306, y es sucedido por su hijo Constantino, aclamado por sus tropas. Constantino debería haber ocupado el puesto de césar, pero se lo saltea. Al mismo tiempo, en Roma, surge un usurpador: Majencio, hijo de Maximiano, que se proclama augusto con la ayuda de su padre. Diocleciano todavía vivía en el retiro; el sistema político que había creado ya se había roto. El caos político parecía inminente. Era hora de que en Roma surgiese un nuevo emperador grande.
En el año 284 Diocleciano asciende al trono imperial de Roma. Diocleciano era un militar destacado, y conocía de primera mano las dificultades que el Imperio enfrentaba para defender su territorio. Sin embargo, una cosa era ser un militar y otra muy distinta era ser el emperador. Diocleciano se da cuenta de que era imposible para un solo emperador defender todo el Imperio. Diocleciano necesitaba refuerzos. La idea a la que llega el emperador es la de la Tetrarquía: un gobierno de cuatro emperadores, dos augustos y dos césares. Con la Tetrarquía Diocleciano también introduce reformas en todos los sectores de la vida pública romana.
En el año 284 pasa lo impensable: asciende al trono imperial romano Diocleciano, un emperador dispuesto a realizar todas las reformas necesarias para apuntalar de una vez por todas el Imperio y, con un poco de suerte, terminar con la Crisis del Siglo III. Para sorpresa de todos los romanos, Diocleciano dura en el gobierno mucho más que sus predecesores, lo que le da tiempo para llevar a cabo todas las reformas que considera necesarias. Diocleciano empieza por una reforma política. Los emperadores, desde Septimio Severo, eran ante todo líderes militares que defendían el Imperio. Diocleciano se da cuenta de que no puede hacer esto solo, así que nombra un césar, un co-emperador, llamado Maximiano, que queda a cargo de las fronteras occidentales. Maximiano adopta el título de augusto, transformándose en un segundo emperador de Roma. Con el tiempo se da cuenta de que él tampoco puede hacerse cargo de todas las fronteras que tiene que defender. Diocleciano redobla su apuesta y designa un césar para Maximiano y otro para él mismo. Nacía, de esta manera, la Tetrarquía.
En el año 275 pasa lo impensable: Aureliano, en la cima de su poder, es asesinado por sus propios hombres. El Imperio estaba restaurado, pero ahora se había quedado, una vez más, sin emperador. Lo que pasa a continuación es lo esperable: disputas por el poder. Una vez más, los emperadores ascienden y caen en una nueva vorágine de violencia política. En este período de menos de diez años surge, como tantas otras veces, una figura política inesperada: Diocles, un respetado comandante de origen humilde, es proclamado emperador por el ejército de Roma que volvía de una exitosa campaña contra el Imperio Sasánida.
Aureliano asciende al trono imperial en el año 270 después de la muerte de Claudio II. El Imperio al que asciende Aureliano no sólo estaba dividido en tres estados competidores, sino que además estaba bajo la constante amenaza de fuerzas externas: los germanos al noreste y los sasánidas al este.
En el año 270 ascíende al trono imperial romano Aureliano, uno más de los tantos emperadores-soldado del Siglo III. Sin embargo, esta vez la situación había cambiado. Roma estaba dividida en tres: el Imperio Galo al noroeste, la propia Roma en el centro y el Imperio de Palmira en el sudeste. Aureliano asciende al trono con la ambición de restaurar Roma. Para este fin, tenía que enfrentar a los dos imperios que se habían separado de la autoridad central. El Imperio Galo parecía la opción más sencilla, sin embargo en el este Zenobia, emperatriz de Palmira, fuerza la mano del destino al cortar el suministro de grano de Egipto a Roma. Para Aureliano esto era una declaración de guerra. La suerte estaba echada.
En la frontera oriental del Imperio Romano se emplazaba la rica ciudad de Palmira. Paso obligado para el comercio de caravanas, Palmira consigue una extraordinaria riqueza y una marcada prosperidad, producto de la estabilidad que Roma traía a las rutas comerciales entre el Mediterráneo y China. Cuando Roma empieza a tambalearse también lo hacen las rutas comerciales. Palmira ve como su sustento empezaba a desaparecer. En ese momento, el rey de Palmira se da cuenta de algo: si Roma no puede garantizar la estabilidad, tal vez es hora de que surja un nuevo imperio en la región, un imperio con centro en la propia Palmira.
Después de la muerte del emperador Valeriano, el Imperio Romano entra en una nueva crisis. Una vez más, los generales romanos se rebelan buscando el trono imperial, como tantas veces antes en la Crisis del Siglo III. Ahora, bien, esta vez había algo que había cambiado. Roma no parecía ofrecer garantías de estabilidad, por lo que a un general de la Galia, de orígenes humildes, se le ocurre una idea: tal vez, en vez de gobernar Roma, debería crear su propio imperio.
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