Cuando Alemania firmó el Armisticio el 11 de noviembre de 1918, las Potencias Centrales aún se encontraban en una posición fuerte (al menos sobre el papel).
El Káiser ya había obligado a Montenegro, Rumanía y Rusia a abandonar la guerra, y sus ejércitos todavía ocupaban vastos territorios en los Balcanes, junto con amplias zonas de Polonia y Ucrania. En el frente occidental, los ejércitos francés, británico y estadounidense aún no habían pisado suelo alemán.
A pesar de todo esto, Berlín pidió la paz en el otoño de 1918. Para muchos historiadores, esto hace que el final de la guerra en el frente occidental resulte difícil de explicar; cuesta identificar una batalla decisiva que haya sido “la gota que colmó el vaso”.