La ley de Israel con respecto a la lepra era extremadamente severa. En el caso de hallarse lepra en una persona, ésta tenía que ser separada inmediatamente de la sociedad. Se le confinaba a vivir en aislamiento total y por consiguiente se le condenaba al abandono y al repudio. Si la lepra era encontrada en la ropa, ésta tenía que quemarse por completo para erradicar la plaga. Pero si dicha enfermedad se hallaba en las paredes de una casa, la misma casa debía ser derribada por completo esperando que esto acabara con la peste.

La Biblia menciona a veintiún personajes que tuvieron lepra, en algunos casos parcial, en otros totalmente. En unas ocasiones esta enfermedad fue temporal y en otras definitiva; sin embargo, cada vez que aparece alguien con lepra hay una lección maravillosa que parece enseñarle algo a nuestra vida.

Aunque suene extraño, siendo la lepra una enfermedad tan temida dentro del pueblo de Israel, su diagnóstico no estaba sometido a ninguna autoridad médica sino que era el sacerdote el delegado por Dios para señalar si una persona debía ser excluida del campamento o alguna casa destruida a causa de esta.

Una casa con lepra era considerada inmunda y por lo tanto debía ser tratada como tal. No se consideraba la posibilidad de tratar de esconder la lepra que se hallaba en un hogar, pues eso hubiera sido exponer a sus habitantes al contagio de la enfermedad y por lo tanto se les condenaría a vivir apartados de la sociedad...

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