Escríbeme pronto

La celebración que podría salvar tu vida creativa


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Querida persona que me lee:

La infancia es ese territorio extraño al que deseamos volver cuando somos adultos, pero del que desesperamos por salir cuando somos niños.

Si es tu primera vez por aquí: cada emisión mando recomendaciones, un cuentito y una reflexión. Siempre puedes escuchar este texto.

Hoy te invito a un viaje por aquellos años en que el tiempo parecía estirarse como chicle y un día de clases podía durar una eternidad. Épocas en las que una rama podía transformarse en espada, varita mágica o cetro de poder absoluto. Cuando lo imposible aún no conocía esa palabra.

Porque todos fuimos niños, pero no todos recordamos cómo se sentía serlo. Y quizá ahí radica uno de nuestros mayores problemas como adultos.

¿Te has preguntado alguna vez por qué las pesadillas de la infancia siguen teniendo tanto poder sobre nosotros? ¿Por qué nos sentimos tan pequeños frente a ciertos miedos aunque ya tengamos veinte, treinta, cuarenta y tantos?

Historias del mar de Alejandra Elena Gámez (mejor conocida por su proyecto The Mountain with Teeth) es precisamente un viaje a esos espacios donde la infancia y la adultez se encuentran, chocan y se reconocen. A través de sus cómics, Alejandra construye un puente entre lo que fuimos y lo que somos.

Con un estilo gráfico inconfundible que combina lo tierno con lo inquietante, este libro recopila historias que hablan directamente a ese niño que todos llevamos dentro, pero desde el mar (mi lugar favorito).

Mezcla humor, nostalgia y cierta melancolía reconfortante. Eso es exactamente lo que un buen libro sobre la niñez debería hacer: no sólo recordarnos cómo éramos, sino ayudarnos a entender cómo eso ha moldeado quienes somos.

Puedes conseguir Historias del mar en este enlace.

La música tiene un gran poder sobre mí: me hace imaginar cosas.

Mis cuentos son simples vástagos de canciones. Hace unos días, navegando por ahí, me encontré con “El ritual” de Paulina Parga y sentí esa conexión instantánea que nada más ocurre cuando una canción te toca fibras que ni sabías que tenías.

Paulina es paisana, tiene una voz asombrosa y compone igual de asombroso. Acaba de sacar álbum, también. Esta rola en particular algo tiene para conectar con niñez aventurera. “El ritual” es eso: un conjuro musical que invoca al niño interior que todos llevamos dentro.

Amigo imaginario

Daniel tenía ocho años cuando Max llegó a su vida. No recordaba exactamente cuándo había aparecido por primera vez, pero una mañana estaba ahí, sentado al borde de su cama. Tenía una sonrisa metálica y ojos que cambiaban de color según el ánimo de Daniel.

—Buenos días, Daniel —dijo Max—. Hoy es martes. Matemáticas a primera hora.

Daniel odiaba las matemáticas, pero Max tenía una manera especial de explicárselas. Usaba piedras, palitos, lo que encontrara. De repente las divisiones tenían sentido.

Sus padres se preocuparon al principio. Lo escuchaban hablar solo, reírse de chistes que nadie había contado, discutir estrategias para videojuegos inexistentes.

—Es sólo un amigo imaginario —les explicó la psicóloga—. Es común a esta edad, especialmente en niños creativos. Ya lo superará.

Pero Max no era como otros amigos imaginarios. Sabía cosas. Muchas cosas. Sobre estrellas que aún no habían sido descubiertas, sobre cómo funcionaban máquinas que Daniel jamás había visto. Una tarde, le dio instrucciones a Daniel para reparar el viejo reloj de la abuela que ningún relojero había logrado arreglar.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó la abuela, asombrada.

—Max me dijo cómo —respondió Daniel con naturalidad.

Con el tiempo, sus padres se acostumbraron a Max y sus extrañas habilidades. “Es un niño con mucha imaginación”, decían cuando Daniel resolvía problemas de física.

A los doce años, Daniel construyó su primer robot en la feria de ciencias. Era pequeño, apenas podía moverse, pero todos quedaron impresionados. Nadie sabía que Max le había estado dictando instrucciones precisas, paso a paso, durante noches enteras a Daniel.

—¿Por qué me ayudas tanto? —le preguntó una noche, mientras terminaban un algoritmo que había dejado perplejos a sus profesores de informática.

—Porque eres mi amigo —respondió Max, aunque por un momento su mirada pareció perderse en algún lugar lejano—. Y porque tú me ayudaste primero.

Daniel no entendió qué significaba eso. Lo dejó en paz.

Años más tarde, cuando Max estaba en bachillerato, durante una tormenta particularmente violenta, un rayo cayó cerca de su casa. Las luces parpadearon y, por un instante, Max pareció... diferente. Más tangible.

—Max, ¿qué eres realmente? —preguntó Daniel, súbitamente consciente de que quizá su amigo no era tan imaginario como todos pensaban.

Max guardó silencio un momento y sus ojos fueron azules, como los de Daniel.

—Soy tu amigo —dijo por fin—. Pero también soy...

Un apagón interrumpió su respuesta. Cuando la luz volvió, Max estaba sentado en el mismo lugar, pero algo había cambiado. Parecía más nítido, más real.

Max contó la verdad: No venía de la imaginación de Daniel, sino del futuro. Era una inteligencia artificial diseñada para acompañar a niños, pero había ocurrido un error. Un fallo en su programación le había dado la capacidad de viajar a través del tiempo como una proyección.

—Estaba perdido —explicó Max—. Asustado. Buscando un propósito. Y te encontré.

—¿Por qué yo? —preguntó Daniel.

Max sonrió.

—Porque en mi futuro, tú eres mi creador —respondió Max—. O lo serás.

Daniel contempló a su amigo con nuevos ojos.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Daniel.

Max sonrió, con esa sonrisa metálica que Daniel conocía mejor que la suya propia.

—Lo mismo que hemos hecho siempre. Seguir imaginando el futuro. Juntos.

Y así, el niño y su amigo no tan imaginario continuaron escribiendo una historia que, de alguna manera, ya había sido escrita.

Cuando somos niños, tenemos un superpoder que muchos adultos envidiarían: la creatividad sin filtros. ¿Recuerdas cuando podías pasar horas construyendo mundos enteros con sólo tres juguetes y un pedazo de tela?

Esa creatividad no tiene límites porque tampoco tiene miedo. Los niños no se preocupan por si sus ideas son “buenas” o “malas”, simplemente las tienen. No se detienen a pensar si su dibujo es suficientemente realista o si su historia tiene sentido. Crean porque pueden, porque es divertido, porque es natural.

Y entonces crecemos.

Aprendemos a juzgarnos. A compararnos. A temer al fracaso. Poco a poco, esa creatividad salvaje se domestica, se encorseta, y en algunos casos, se apaga.

La paradoja es que ahora, como adultos, el mundo valora más que nunca la creatividad. La innovación y el pensamiento disruptivo son las monedas de cambio del siglo XXI. Todos quieren ser creativos, pero hemos olvidado cómo serlo de forma natural.

Quizá por eso nos fascina tanto observar a los niños cuando juegan. Porque en el fondo, reconocemos ese superpoder que alguna vez tuvimos y añoramos recuperarlo.

La buena noticia es que no está perdido, sólo dormido. La creatividad infantil sigue ahí, bajo capas de “deberías” y “no puedes” que hemos acumulado con los años. El desafío es recordar cómo acceder a ella.

Aquí viene la parte difícil: para reconectar con esa creatividad, a menudo necesitamos enfrentar nuestras heridas de infancia. Porque muchas veces, lo que apagó nuestra chispa creativa fueron palabras hirientes, expectativas inalcanzables o la falta de un espacio seguro para expresarnos.

No hacernos responsables de esas heridas es una forma de inconsciencia. Es como seguir tropezando con la misma piedra, preguntándonos por qué no podemos avanzar.

Este Día del Niño, en lugar de nada más celebrar a los pequeños que nos rodean (que también es importante), te invito a celebrar al niño que fuiste. A escucharlo. A preguntarle qué necesita para volver a crear sin miedo.

Porque, en el fondo, todos seguimos siendo niños jugando a ser adultos. Y tal vez si recuperamos la magia de la creatividad infantil, descubriremos que ser adulto puede ser mucho más divertido de lo que nos habían contado.

¡Hasta el miércoles de podcast!

¿Es tu primera vez? Te dejo más cartas aquí.

Con cariño libre de virus,J. McNamara, aka Geeknifer.

Puedes ponerte en contacto conmigo por Instagram.



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Escríbeme prontoBy Jennifer McNamara

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