Escapé de Saintridge, una ciudad que parecía común, pero que guarda secretos mortales y una lista de reglas extrañas que todos deben seguir. Desde no mirar por las ventanas en la noche hasta ignorar los golpes en la puerta después de medianoche, cada regla es una advertencia que protege de las sombras que habitan allí. Aunque dejé la ciudad atrás, las reglas siguen marcando cada paso que doy, como un pacto inquebrantable que me recuerda que, una vez que conoces las reglas de Saintridge, nunca puedes liberarte de su alcance.