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Pocos saben que, durante millones de años, los machos de casi todos los mamíferos —desde los chimpancés hasta los osos polares— han tenido un pequeño hueso en su pene llamado báculo (o baculum en latín). Este hueso, que puede ser tan diminuto como una astilla o tan largo como el de una morsa —que llega a medir más de 60 centímetros—, cumple una función esencial: facilitar la cópula prolongada y asegurar la fecundación. Pero el ser humano… no lo tiene. Y eso plantea una pregunta fascinante y profundamente simbólica: ¿por qué lo perdimos?
By AbbcastPocos saben que, durante millones de años, los machos de casi todos los mamíferos —desde los chimpancés hasta los osos polares— han tenido un pequeño hueso en su pene llamado báculo (o baculum en latín). Este hueso, que puede ser tan diminuto como una astilla o tan largo como el de una morsa —que llega a medir más de 60 centímetros—, cumple una función esencial: facilitar la cópula prolongada y asegurar la fecundación. Pero el ser humano… no lo tiene. Y eso plantea una pregunta fascinante y profundamente simbólica: ¿por qué lo perdimos?