Se nos va de ojo que el móvil se ha convertido en una extensión de nuestra identidad, en el que la pantalla ejerce de prótesis cognitiva para negociar con la realidad y sus diversos significados.
Porque el móvil saca de nosotros lo oculto que llevamos dentro, mediante una reproducción y exhibición técnica del yo, cuyo máximo exponente es el Selfie.
Así arrumbamos nuestro mundo interior y vivimos hacia afuera, sin caer en la cuenta de que nos cosificamos en el proceso de búsqueda, a veces mendicante, de la aprobación de los demás. De ahí la atención constante que prestamos al móvil, por temor a perdernos lo que se cuece y dice de nuestras opiniones y comentarios en las redes donde estamos presentes. Es el llamado efecto FOMO (fear of missing out), que genera un nuevo equilibrio sensorial y una vida desdoblada que puede ser desequilibrante y obsesiva si no le ponemos limites, que pasan por utilizar el sentido común para valorar la veracidad de las informaciones que circulan, y restar importancia a lo que se dice de nosotros. Comentarios que no definen lo que somos y que se evaporan al segundo en un océano de opiniones y bulos. ¡Que no se te vaya de ojo!