¿No estamos nosotros, los cristianos, también en un constante proceso de conservación divina? Amenazados por la "tala" de las distracciones mundanas, por la "conversión de nuestro hábitat" espiritual a la plantación de la comodidad o el pecado. ¿No es Dios mismo el Gran Jardinero que trabajaincansablemente en nosotros, podando, trasplantando, incluso dividiéndonos para que demos más fruto, asegurándose de que nuestro "acervo genético" espiritual –nuestra fe en Cristo– no se pierda?