Durante la Primera Guerra Mundial, muchos heridos murieron a causa de infecciones, aunque sus heridas estuvieran debidamente tratadas y vendadas. Alexander Fleming conocía bien el problema: en su época de estudiante, había estudiado con Almroth Wright, que había tratado a soldados británicos en la Guerra de los Boers, y él mismo fue capitán del Servicio Médico de las Fuerzas Armadas Británicas durante la Primera Guerra Mundial.
Además de tratar a los heridos, empezó a investigar sustancias que mataran las bacterias.