La histeria de las mujeres: Una enfermedad inventada. Los fantasiosos viajes del útero.
Hospital de París, año 1878.
El anfiteatro está abarrotado con médicos de toda Europa.
Estudiosos y curiosos han acudido allí a la famosa lección de los martes.
En el centro del auditorio irrumpe Jean- Martin Charcot, el neurólogo más prestigioso de Francia.
La demostración de hoy va sobre las manifestaciones de la histeria femenina.
Una de las enfermeras se llama Augustine.
Conozcamos con detalle la delirante teoría del ‘útero errante’.
Durante más de dos milenios, desde Hipócrates hasta el reciente año 1980, la histeria femenina fue un diagnóstico habitual.
Los griegos pensaron que el útero era un órgano móvil que vagaba por el cuerpo.
Cuando una mujer no se quedaba embarazada o no mantenía relaciones, la teoría decía que el útero seco se desplazaba buscando humedad.
Presionando órganos y causando ahogos, convulsiones y locura.
El propio término ‘histeria’ viene del griego ‘hystera, que significa ‘útero’.
Aunque parezca increíble los médicos colocaban sustancias aromáticas en la vagina.
Para atraer al útero errante de vuelta a su sitio.
O para repelerlo hacia abajo con sales nauseabundas en la nariz.
La histeria no desapareció del manual diagnóstico psiquiátrico hasta 1980.
Cuando por fin se reconoció que no era una enfermedad real.
Pero volvamos a la representación del famoso médico Charcot.
Su personalidad era tan teatral como sus métodos.
En 1862 era el médico jefe de un enorme complejo hospitalario en París.
Acogía a prostitutas, indigentes y a todo tipo de gente con problemas.
Sus lecciones de los martes contaron con la asistencia de personalidades destacadas de la época:
Como el escritor Guy de Maupassant.
Marcel Proust o la actriz Sarah Bernhardt.
La citada Augustine fue una de las más fotografiadas.
Sin duda, fingió y exageraba todo aquello para satisfacer al público.
Y brindarles el espectáculo que esperaban.
Dicen que Augustine se disfrazó de hombre en 1880 y escapó de allí para siempre.
Charcot consideró que la hipnosis era la prueba definitiva de que la histeria era una enfermedad neurológica real.
En sus demostraciones hipnotizaba a los pacientes y les sugería síntomas específicos.
Por lo tanto, lo que presenciaban era actuaciones inducidas.
Sigmund Freud llegó a París en 1885 con una beca para estudiar junto al famoso Charcot.
El padre del psicoanálisis quedó fascinado ante las demostraciones del médico.
De ahí desarrolló su propia concepción de la histeria femenina.
Para Freud tenía un origen sexual, generalmente provocada por traumas de la infancia.
En la segunda mitad del siglo 19 el neurólogo estadounidense Silas Weir Mitchell aplicó lo que sería el tratamiento estándar para esta supuesta enfermedad.
Aislamiento total, prohibición de leer o escribir y no podían recibir visitas durante semanas o meses.
Mitchell creía que la histeria se originaba por el agotamiento nervioso.
Las pacientes eran alimentadas a la fuerza y mantenidas en sus camas, atadas con correas.
Hubo cirujanos que optaron por una solución más radical: extraer los órganos reproductivos femeninos.
Entre 1872 y 1890 miles de mujeres americanas sufrieron esta mutilación.
Dicha castración quirúrgica las sumía en una especie de apatía hormonal severa.
Finalmente, en los años 50 William Masters y Virginia Johnson comenzaron los primeros estudios rigurosos sobre el deseo sexual femenino.
Y desmantelaron muchos de estos mitos.
En sus experimentos demostraron que el llamado ‘paroxismo histérico’ era una respuesta fisiológica normal.
Como resultado, cuando se publicó el DSM 3, la histeria desapareció como enfermedad.
El diagnóstico de histeria sirvió, durante demasiado tiempo, como un cajón desastre donde metían diversos síntomas.
Un ejemplo de sesgo de género en el diagnóstico.
Por suerte, la medicina evoluciona y arrincona viejas creencias.