Todos pensamos que somos santos hasta que nuestro carácter se confronta con el de un hermano de la Iglesia, antes pensábamos en nuestro propio beneficio, luego de congregar oramos por otros y nos interesamos por suplir las necesidades ajenas. Dios nos salvó para vivir en comunidad, porque eso, cuando pertenecemos a una iglesia, se desarrolla nuestra personalidad, se pulen nuestros talentos y nos transformamos en la mejor versión de nosotros. Pero si caminas solo y no tienes una cobertura, es probable que no alcances tu máximo potencial humano y espiritual.

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