Soy un técnico enviado a una isla remota bajo contrato gubernamental, obligado a seguir una lista de reglas extrañas para garantizar mi seguridad. Cada norma parecía absurda al principio: no mirar el agua entre las 3:33 y las 4:04 de la madrugada, nunca levantar la vista hacia las copas de los árboles en el bosque, evitar las ventanas en completo silencio. Pero pronto comprendí que no eran advertencias simples. Cada regla era una línea divisoria, una protección contra algo que habitaba en la isla, algo más antiguo y hambriento de lo que jamás imaginé. Al desafiar esas reglas, descubrí que la isla es una entidad viva, un portal entre realidades que devora a aquellos que rompen sus pactos.