En la tarde del 23 de marzo de 1944, Rosario Bentivegna se movía por las calles del centro de Roma. VestidO con el traje azul de un trabajador de saneamiento y empujando un carro de basura, el joven de 22 años parecía discreta. Bentivegna se detuvo frente al número 156 de Via Rasella, una calle adoquinada de sentido único no lejos de la famosa Plaza de España y la Fontana di Trevi. Allí esperaba a sus objetivos.