A finales del siglo XIX, Thérèse Humbert logró convencer a toda Francia de que era la heredera de una fortuna norteamericana. Su supuesta garantía era una caja fuerte que, según ella, contenía millones en herencia, aunque solo podría abrirse en el futuro.
Con esta historia consiguió que bancos y prestamistas le concedieran créditos millonarios. Durante dos décadas vivió rodeada de lujos, fiestas y propiedades, como si fuera parte de la aristocracia. Nadie se atrevía a cuestionar la veracidad de su relato.
El desenlace fue tan escandaloso como previsible: en 1902, al abrir la caja, solo encontraron ladrillos y un billete de lotería sin valor. La estafa ascendía a más de 50 millones de francos, lo que hoy equivaldría a cientos de millones de euros. Una lección histórica sobre cómo la confianza ciega, sin comprobar la información, puede arruinar a particulares e instituciones.