“… escucha los preceptos y las normas que yo les enseño, para que las pongan en práctica.” -Deuteronomio 4:1a
En la historia del pueblo de Dios, la entrega de la Ley a Moisés es un evento fundacional. La Ley es guía segura de vida, los constituye como nación, y seguirla es expresión de fidelidad a Dios. Seguir la Ley es requisito para entrar y tomar posesión de la Tierra Prometida. Moisés los exhorta a seguir la Ley, porque esto servirá de modelo para otras naciones. Esto nos habla de la misión de Israel de ser “luz de las naciones,” que a través de Israel todos los pueblos conocieran a Dios. Todo esto lo podemos ver como un anticipo de lo que vino a realizar Jesús. Él, como Moisés, nos viene a traer la ley, pero una ley de amor que sería grabada en nuestros corazones. Nosotros también estamos llamados a ser fieles a su ley, para que a través de nosotros otros conozcan a Dios. El seguimiento de la ley expresada en los mandamientos de Dios no es algo que hacemos ciegamente, de manera legalista, sino con sabiduría e inteligencia, como leemos aquí en el libro del Deuteronomio. Oremos a Dios para que las prácticas exteriores de nuestra fe correspondan al deseo interior de nuestro corazón
“¿Quién será grato a tus ojos, Señor?” – Salmo 14:1a
Las lecturas de este domingo nos hablan de lo que constituye una fe verdadera, un genuino sentimiento religioso. No se trata de ciegamente seguir los preceptos, sino hacerlo con sabiduría, como nos habla la lectura del Deuteronomio. No se trata únicamente de seguir reglas de purificación externa, como creían los fariseos en tiempos de Jesús. Como nos dice la segunda lectura del apóstol Santiago “la religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo.” Ahora el salmista también se agrega a este coro de voces, proclamando que la persona grata a los ojos de Dios es la que actúa honrada y justamente, la que actúa sinceramente, la que no le hace daño a nadie. El salmista nos recuerda que la verdadera fidelidad a Dios se vive amando a nuestros hermanos, y no solamente en un ciego seguimiento de preceptos religiosos. Lo que tenemos en el interior de nuestro corazón desemboca en nuestras acciones. Para no caer en una hipocresía nuestras acciones de culto externo deben de ser congruentes con el contenido de nuestro corazón. Que el Señor Dios, creador nuestro, crea en nosotros unos corazones nuevos que le amen a Él, amándolo en los más necesitados.
“Pongan por obra la palabra y no se contenten sólo con oírla.” – Santiago 1:22
En este vigésimo segundo domingo del tiempo ordinario comenzamos a realizar en la liturgia una lectura de cinco semanas consecutivas de la Carta del Apóstol Santiago. Esta carta contiene abundante enseñanza moral, y en el pasaje de este domingo nos exhorta a desechar toda inmundicia y todo mal, y a estar abiertos a recibir la palabra de Dios en nuestros corazones. Un tema que une las lecturas de este domingo es el de prevenir la hipocresía, la falsa religiosidad. Aquí, el apóstol nos exhorta a no sólo escuchar la palabra, sino a ponerla en acción también. En unión con el mensaje de la primera lectura, y del evangelio, Santiago nos enseña que la verdadera religión consiste no sólo en oír la palabra; no basta con seguir los preceptos al pie de la letra. La verdadera religión, de acuerdo a Santiago, consiste en visitar a los huérfanos y en ayudar a las viudas. Estos dos grupos representan en la Biblia a todos los más débiles y desamparados. Que Dios purifique nuestro corazón de todo lo que lo separa de Él, para que nuestro amor a Dios nos lleve a amar y a ayudar a los más necesitados.
“Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarlo; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre” – Marcos 7:15
Hasta cierto punto es fácil de entender la insistencia que los fariseos tenían en un estricto seguimiento de la ley. Después de todo, en su reflexión teológica sobre los hechos, había sido precisamente la infidelidad a la ley lo que había causado los catastróficos eventos del destierro, y la perdida de la Tierra Prometida. Lo que es más difícil comprender para nuestras sensibilidades modernas es que los fariseos quisieran matar a Jesús por su percibida desobediencia de la ley. En el evangelio de este domingo vemos la corrección de Jesús: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarlo; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre” (Marcos 7:15). No es el cómo, o lo que come una persona lo que causa la impureza, sino lo que viene de adentro de las profundidades de su corazón. Después de la Resurrección de Jesús, Pedro es guiado en una visión a no considerar ningún alimento impuro, reiterando esta enseñanza de Jesús. Oremos a Dios esta semana, para que su gracia continúe purificando nuestro corazón, para que de él salgan acciones agradables a la voluntad de Dios.
Lecturas de Esta Semana: XXII Domingo ordinario | USCCB
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