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La Tiranía de la Certeza falsa. ¿Sabiduría o Profecía?


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La Tiranía de la Certeza falsa. ¿Sabiduría o Profecía?
Cuando la Arrogancia Silencia el Diálogo y el Acceso a la Sabiduría. Reactividad de Perdición.
Por David Saportas Liévano.
Tristemente la comunicación hoy día se torna cada vez más imposible si se trata de comunicación. Parece un enunciado estúpido, pero no lo es. Pues se supone que la comunicación debe ser un arte sublime de intercambio de ideas, de trasmisión de conocimiento, de acercamiento entre personas con un mínimo de sentido y relevancia, de unión en comprensiones compartidas, de adquisición y recepción de información de ayuda, de expresión de interés genuino (en el mejor de los casos), de intercambios de sentimientos y expresiones de afecto, de manifestaciones entre emisor y receptor de emociones, agradecimientos, reconocimientos, exhortaciones, etc, etc. Es mucho lo que podría traerse a colación. Es una ciencia de mucha complejidad y que ha sido secuestrada por las huestes del mal con técnicas de ingeniería social divulgada de forma masiva planetariamente e imperceptible como asalto a la mente, idiotización, nazificación y sumisión de todos los que aquí habitamos. No… estas palabras no tratan de eso. No se trata de un artículo de exposición de conspiraciones en ese sentido y que las hay por miles.
El hecho de que una compañía china diseñe una herramienta provista de un algoritmo capaz de convertir prácticamente en adictos a unos usuarios que se pasan varias horas al día haciendo “scroll” con el dedo de vídeo corto, y que, además, la utilice de una forma marcadamente diferente en su país, en el que florecen los contenidos educativos y donde los jóvenes tienen rígidamente limitado su uso a 40 minutos al día, y de otra completamente diferente e ilimitada fuera del mismo, debería llevarnos a pensar. Sobre todo si hablamos de un país que se considera históricamente perjudicado por Occidente por un episodio concreto, las llamadas guerras del Opio, ocurrido durante lo que denominan “el siglo de la humillación”, y en el que se les obligó a aceptar un comercio de opio por parte de potencias extranjeras que claramente idiotizaba y privaba de voluntad a muchos de sus habitantes. Un solo ejemplo para resaltar que las agendas de ingeniería social existen, y que las mismas diseñadas y ejecutadas como dialécticas de engaño a las que estamos sometidos, si no nos percatamos de ello, tendrá consecuencias (ya tiene) fatales, desastrosos y funestos para nuestras almas. Para nuestro destino. Pero vuelvo y repito… Este artículo no trata de ello, aunque sí de forma implícita en el aspecto de diagnóstico que quiero resaltar y nos afecta lo sepamos o no.
La casi totalidad de personas (digo yo con benevolencia), según se constata en la era de la información y por experiencia personal, de forma masiva se han convertido en zombies reactivos incapaces de escuchar con discernimiento. Por supuesto también incapaces de disertar y expresarse con sentido común e inteligencia más allá de la reactividad de ingeniería social inducida mediáticamente y diseños de paradigmas sociales impuestos a la fecha. Esto no sólo se manifiesta como evidencia de ausencia de intelecto, ausencia de interés, ausencia de compromisos morales con la existencia, ausencia de verdadera empatía entre interlocutores, sino peor incluso, con manifestación emocional reactiva automática y agresiva. Se verifica en todo ámbito, no sólo personalmente en todo círculo cercano, ya sea familiar, de trabajo, social, sino a la distancia del dedo al celular. Y se verifica a niveles cada vez más impensables de irracionalidad y psicopatía. Por ejemplo con reacciones profundamente neuróticas de paranoia y demencia con alaridos, gritos y chillidos. De allí a la violencia física ya no hay distancia alguna.
Hay muchas actitudes que delatan con precisión quirúrgica que se está tratando con un imbécil. Son tan comunes y tan preocupantes que probablemente ni siquiera usted NO se da cuenta cuándo la comete. Pero atención, no es un desfile de defectos ajenos. Es un espejo. Y puede que en algún momento descubra que el idiota es uno mismo. Es usted. Sí, uno mismo, con sus buenas intenciones, sus opiniones bien ensayadas y ese aire discreto de superioridad. La estupidez En el siglo 21 aprendió a disfrazarse. Ya no llega exclusivamente sudada y gritando. Ahora viene vestida de argumento, de frases inspiradoras, de crítica social o incluso de aparente autoconciencia. Pero hay una forma de un patrón. Comportamientos pequeños que por separado parecen normales, pero juntos forman el perfil exacto de alguien que está intelectualmente perdido y convencido de que tiene razón. Y si este tipo de auto violencia filosófica le gusta, se sugiere buscar incomodarse con sentido. Para empezar, la primera actitud (una de incontables posibles de citar) es una de las más comunes, pero también una de las más difíciles de ignorar.
El idiota funcional no necesita pruebas, o mejor dicho, sólo acepta aquellas que confirman lo que él ya cree las demás. Las llama manipulación, agenda ideológica, narrativa oficial o simplemente “tu opinión”. Puede mostrarle datos, estadísticas, documentos, estudios revisados por pares y él responderá con un vídeo sacado de TikTok, una frase de WhatsApp o una historia que escuchó de alguien que sabe. Y no lo hace por ingenuidad, lo hace porque está emocionalmente comprometido con su versión de los hechos. La verdad para él no es algo que se descubre, es algo que se defiende. El idiota moderno no analiza información, la filtra según el nivel de incomodidad que le genera. Si duele, es falsa. Si lo tranquiliza es cierta. Y, lo más grave, se cree escéptico, racional, libre, como si rechazar cualquier dato que lo confronte fuera una muestra de independencia intelectual y no una forma elegante de autoengaño. Negar la realidad, sin embargo, no es suficiente para sostener una estupidez estructurada. Por eso la segunda actitud aparece casi de inmediato como refuerzo la generalización apresurada.
Aquí el idiota da un paso más. Ya no se conforma con ignorar lo que lo contradice. Ahora quiere construir su propio universo lógico usando como base una experiencia personal aislada.
Y lo hace con la seguridad de quien cree está revelando una gran verdad. Si tuvo una mala experiencia con una mujer, ya sabe cómo son todas. Si su primo fue despedido de una empresa, entonces todas las empresas explotan. Si escuchó que un amigo fue mal atendido en un hospital, la salud pública entera es una basura. Y lo dice con una autoridad tan teatral que quien lo oye por primera vez hasta duda. Pero no hay razonamiento, solo hay proyección. Su experiencia se convierte en norma, y todo lo que no encaje con ella es descartado como excepción irrelevante. Lo más patético es que muchas veces ni siquiera le pasó a él. Basta con que lo haya escuchado, leído en un tuit o visto en un vídeo. Su criterio de verdad no es el contraste ni la lógica, sino la identificación emocional. Los hechos no existen, solo interpretaciones. Y el idiota se agarra de eso para justificar cualquier tontería que sienta como verdadera. Estas dos actitudes combinadas forman la base perfecta para un tipo de estupidez que se presenta como opinión personal, pero opera como dogma.
El idiota sostiene ideas contradictorias sin darse cuenta. Y aun así se siente coherente. A medida que el idiota acumula experiencias personales convertidas en dogma, empieza a encontrarse con algo inevitable, las contradicciones. Porque incluso dentro de su universo de certezas mal construidas, los hechos no siempre cooperan. Es ahí donde entra la tercera actitud, y probablemente una de las más peligrosas a largo la disonancia cognitiva no resuelta. Cuando una idea que sostiene con fuerza se contradice con otra que también considera cierta, el idiota no corrige, justifica, acomoda, racionaliza y si hace falta, inventa una nueva historia que lo mantenga en paz. Consigo mismo. Un ejemplo clásico, el que cree que todos los políticos son corruptos pero vota siempre por el mismo y lo defiende a muerte, o el que dice valorarlas. Bueno… El propósito de este artículo no es describir la estupidez en detalle, no obstante es necesario reseñarla en algo. Como ya se dijo, son muchas las actitudes que describen al idiota y la condición generalizada que nos avasalla en todo sentido en este mundo.
A menor capacidad de comunicación y argumentación, mayor intolerancia y reactividad automática violenta. Toda guerra a todo nivel proviene en gran medida de esta condición. Buscar dialogo con los monstruos fraudestinos para alcanzar acuerdos de paz es completamente imposible y un absurdo de locura. Y lo mismo aplica en primera línea con todo el mundo musulmán. El problema NO es Israel como la media mundial difama. El problema está en una sola de las partes… El problema está en los monstruos. Está en que todos los enemigos de Israel quieren cometer genocidio contra el pueblo judío, sin que haya justificación alguna. No queda más alternativa que la guerra. Y no es lo mismo la guerra que declaran los monstruos a Israel, que la guerra de defensa con la que Israel, no sólo se defiende, sino la que debería ejecutar con toda fuerza para aniquilar definitivamente al enemigo. No es lo mismo. No se califica con el mismo prisma a las dos partes. Y peor inclusive cuando se califica de justa la parte de los monstruos, como sucede con los fraudestinos en evidencia psicópata de la inversión de la verdad de las formas más grotescas como se hace con Israel. Un ejemplo de contexto de introducción de lo que se trata este artículo.
Así que entrando en materia, imaginemos una situación de debate, conversación o discusión entre dos personas en donde terminan los mismos de forma recíproca señalándose el uno al otro como imbécil. Los dos se insultan mutuamente con la expresión de “usted es un imbécil”. Imaginemos la situación. Se empieza una conversación, las dos partes exponen sus ideas como inicio de comunicación, se controvierte en la argumentación de cada uno y de alguna forma, sea como sea según se haya desarrollado la interacción de intercambio de palabras, la comunicación se corta y concluye con los insultos mutuos. ¿Qué se podría extraer como enseñanza de esta narrativa? ¿Se puede extraer algo?
Situación… Dos personas se insultan una a la otra con la palabra imbécil.
Primera opción…. ¿Pueden las dos personas tener la razón en cuanto a su señalamiento a la otra persona? Dicho de otra manera. ¿Pueden las dos personas ser imbéciles? Respuesta: Por supuesto. No se están dando detalles de la naturaleza de la discusión. No hace parte del análisis. Bien puede ser una discusión estúpida (al margen del tema), con personas de bajo nivel intelectual, ambos ignorantes, ambos poco educados, ambos reactivos, ambos presuntuosos y arrogantes, ambos equivocados, ambos osados y cínicos con sus opiniones, ambos irreflexivos, ambos intolerantes, ambos agresivos, ambos muy empoderados y absolutamente seguros de sus propias opiniones, ambos fanáticos, ambos convencidos de sus verdades, etc. De hecho, esta sería una muy acertada descripción de las discusiones que inundan el espectro discursivo planetario. Es el nivel por defecto que se verifica.
Para efectos del ejercicio disertativo e intelectual propuesto, se parte de la premisa que en este primer caso, las dos personas son estúpidas porque ninguno de los dos tiene la razón en la argumentación de su discusión, aunque tuviesen la razón en designarse el uno al otro como estúpido. No son automáticamente inteligentes por tener la razón de acusación sobre el otro. Sólo se calificará como inteligente en la medida que se asuma que se tiene razón en el señalamiento por asociación a que se infiera se tiene razón en la argumentación de la discusión entre ellos.
Entonces, se deduce que dos personas estúpidas en una discusión llamándose estúpido el uno al otro, es perfectamente posible. Esa es la primera opción. Los dos son idiotas y ambos tienen la razón al insultarse con dicho señalamiento. Es una situación puntual de conversación donde se debate quien tiene la razón con el calificativo de estúpido si no se tiene la misma. No se trata de un diagnóstico de la persona como tal extrapolado a la costumbre de manifestación y evidencia de la persona. Es decir que sea estúpida o inteligente siempre. Se trata de caso específico puntual de ejemplo. Para el ejemplo si se trátase de una persona cuya evidencia se vida es siempre estúpida, pero en la discusión específica del ejemplo tuviese la razón la llamaríamos inteligente en un aras del análisis aquí propuesto. Valga la pena está aclaración para enfatizar el análisis deductivo.
Ahora miremos una segunda alternativa. ¿Pueden las dos personas NO tener la razón en cuanto a su acusación a la otra persona? Es decir, significa que los dos al tiempo no son idiotas, y por lo tanto son inteligentes. Los dos al tiempo no son idiotas y al mismo tiempo están equivocados con su insulto. Dicho de otra manera… ¿Pueden las dos personas estar equivocadas y no ser imbéciles? ¿Pueden por lo tanto ser inteligentes? No obstante se insultan y están equivocados. Respuesta: No… Las dos personas al tiempo no pueden ser razonables e inteligentes. Percátese de la pregunta exacta y de la sintaxis gramatical de la frase. Estamos afirmando que NO pueden las dos personas al mismo tiempo calificarse como tal; es decir ser idiotas según la acusación del otro. Y no lo pueden ser porque NO tener la razón al calificar al oponente de estúpido, significa que el oponente es inteligente. Y el que está equivocado se evidencia de ser estúpido. Si los dos están equivocados (porque cada uno calificó al otro de estúpido), entonces son inteligentes; pero resulta que al estar equivocados, entonces los dos son idiotas. Si los dos fuesen inteligentes, entonces deberían reconocer la inteligencia en su oponente y no lo llamarían imbécil. Así que es imposible que los dos al tiempo estén equivocados. Sólo uno de los dos debe estar equivocado. ¿Quién? Obviamente que el estúpido. Porque el inteligente por definición debe tener la razón.
En blanco y negro y bajo las premisas planteadas, los dos al tiempo NO pueden ser inteligentes. Es un asunto de lógica matemática. En esta premisa última, se concluye que uno de los dos no es estúpido. Es decir, en el caso que uno de los dos no sea idiota, es por lo tanto inteligente.
Entonces la tercera opción es más que evidente. Si una de las dos personas es inteligente, ¿es posible que los dos se llamen el uno al otro imbécil? Respuesta… Por supuesto. Sólo que uno de los dos tendrá la razón en llamar a su oponente imbécil y el otro NO. Uno es bruto y el otro es inteligente. El que no es inteligente estará equivocado. El bruto llamará idiota y bruto a cualquiera que NO entienda, a cualquiera por defecto con tal de defender su posición estúpida. No puede reconocer la verdad en el otro que es inteligente y que tiene la razón. Y en el caso que el otro sea igual de estúpido, pues no necesariamente se le podría considerar inteligente, pues se parte de la premisa de que sólo uno de los dos es inteligente y es aquél que califica al otro de estúpido. No es el caso de que dos estúpidos se llamen el uno al otro estúpido teniendo los dos la razón, que fue la primera opción analizada.
¿De qué nos sirve toda esta disertación? ¿A quién le sirve? En primera instancia le sirve al estúpido. ¿Por qué le sirve? Porque tiene un oponente que le está comunicando una información correcta y que él mismo tiene equivocada, por lo cual recibe el calificativo de imbécil de parte del inteligente que tiene la razón. Sin duda alguna que conviene acceder a la información correcta y corregir el error por el cual soy calificado de imbécil. Lo inteligente es corregir, pues es lo correcto. Lo conveniente es recibir la información, es acceder a la misma y aceptarla porque esa es la decisión inteligente, ya que me conviene. En este sentido es inteligente buscar la conveniencia.
Se debe procurar no desvirtuar el significado de conveniencia y lo correcto en trivializaciones relativistas e inversión de los valores que son absolutos de comprensión. Es obvio que la mente enferma a estas alturas de instrumentalización de paradigmas torcidos e ingeniería social masiva, va a contra argumentar con relativismos no sólo idiotas, sino asociados a la maldad. No es el tema a profundizar ahora. Sólo una advertencia ante la predecible reactividad inmediata del lector a lo escrito sin posibilidades de análisis, reflexiones o conclusiones trabajadas. La verdad es que día con día se verifica una disminución en la capacidad de comprensión y retención de la información que es espantosa. Bueno… Sea como sea, se hace referencia aquí que la conveniencia es sinónimo de lo correcto en términos absolutos.
En la mejor comprensión de la situación ejemplificada, el estúpido con su reactividad autómata pierde la oportunidad de adquirir un bien conveniente para él. Pierde la oportunidad de rectificar, de aprender y abrir puertas al entendimiento. Si esta es la actitud predominante del estúpido, pues perderá toda oportunidad de crecimiento, o peor aun, de escape de las inconveniencias y peligros del mal que siempre están asociados a la estupidez. Porque tarde o temprano la estupidez pasa su factura. Cuando ese momento llegue, se será víctima con consecuencias trágicas, lo sepamos o no. De que ese momento va a llegar a nuestras vidas, va a llegar. Lo queramos o no, las consecuencias de nuestras decisiones nos alcanzan para bien o para mal. El problema es desconocer dichas consecuencias cuando son para mal. Para bien las podemos ignorar. Sea como sea las vamos a disfrutar. Pero no puede decirse lo mismo si son para mal. Pueden llegar a ser más trágicas de lo pensado, si es que siquiera se ha pensado en ello, lo cual no suele suceder con la estupidez, la ceguera voluntaria y la disonancia cognitiva en el mejor de los casos. Mucho pero cuando se trata de corrupción y asociaciones a la maldad voluntarias.
La ignorancia no es buena consejera. Tema muy extenso para estudiar (como siempre digo para absolutamente todo de forma repetitiva). No en vano la misma biblia sentencia “mi pueblo se perdió por falta de conocimiento”. Las discusiones entre tontos, autómatas, o personas reactivas a la exhortación con características arrogantes, presuntuosas, adictas a sus condicionamientos, cómodas en sus zonas de confort de aceptación de paradigmas, conocimientos, negligencias, pereza, etc, lo que sea, es obvio que NO van a proporcionar oportunidades convenientes de superación y escape a las consecuencias del mal por estupidez e ignorancia. No son criticas mórbidas, maliciosas y destructivas per se. Nadie nace aprendido. Puede que se nazca estúpido, pero depende de nosotros salir de dicha condición. Conviene superar dicha limitación y circunstancia. Sin embargo hay que resaltar que la estupidez no es un mal menor y hay niveles y niveles de malignidad en ello. Pues de ninguna manera es sólo la cariturización o caracterización idiota del idiota baboso. Peor incluso cuando la estupidez se puede aprender.
Se trae el ejemplo escenificado con adjetivos que bien pueden parecer agresivos y posicionados en extremos opuestos (inteligente y estúpido). Pero resulta que no podemos afirmar que haya alguien totalmente inmune a la estupidez siendo ejemplo incuestionable de ser poseedor del saber y la inteligencia infalible. Obviamente se exceptúan de esta apreciación a los sabios de Israel quienes están sentados en alturas celestiales, algo que el común de las personas no lo pueden imaginar, ni aceptar. Y no lo pueden como tal inferir, pues no tienen equivalencia de forma para ello. Sólo los sabios están en capacidad de reconocer a sabios, así como nadie de un nivel inferior puede entender a alguien de nivel superior.
Por ejemplo en temas de trascendencia y conocimientos complejos, un estudiante de kabbalá difícilmente entenderá la obra de un verdadero kabbalista. A lo sumo podemos ir rasgando la información hasta ir ascendiendo en capacidad de entendimiento cuando logramos llegar al nivel del autor. En ese momento podremos comprender verdaderamente al autor y habremos adquirido equivalencia de forma mutua. Sucede con cualquier rama del conocimiento, artes y literatura, pero de forma absolutamente dramática con los estudios bíblicos y textos sagrados. ¿Acaso suponemos tenemos equivalencia de forma con las almas gigantescas de los patriarcas, de los profetas, de Moshé, de Mashiaj, de los grandes kabbalistas como el Santo Ari y la revelación divina inspirada?
No es característica exclusiva de temas de alta exigencia intelectual, aunque valga la pena reseñar que en dichos aspectos, el diagnóstico se torna mucho más grave y absurdo. No obstante, puede también concluirse que en los asuntos simples y rutinarios es igualmente incoherente y psicótico, aunque menos relevante en principio por la misma condición de idiotez que verifica la costumbre reactiva idiota, reforzando, confirmando y consolidando cada vez más la condición idiota del idiota. La práctica hace al maestro (dice el eslogan). Si uno mismo decide por voluntad propia y por condicionamiento zombie autómata reafirmarse en su propia tiranía de la certeza desde los niveles más bajos de estupidez, pues ¿qué posibilidad tendrá uno mismo de asociarse algún día con oportunidades de aprendizaje que permitan superar en algo dicha esclavitud a la imbecilidad?
En un mundo donde la información fluye a velocidades vertiginosas y las opiniones se multiplican en plataformas digitales, redes sociales y conversaciones cotidianas, emerge este fenómeno cada vez más común de arrogancia epistémica: la arrogancia de quienes se creen dueños de la verdad. Estas personas, aferradas a sus paradigmas, no sólo defienden sus posturas con vehemencia, sino que buscan imponerlas a los demás, cerrándose al diálogo y desestimando cualquier perspectiva que desafíe sus creencias. Este comportamiento, que podríamos denominar benévolamente como una forma de «psico rigidez», no sólo limita el intercambio de ideas, sino que también erosiona las bases de una convivencia respetuosa y constructiva. ¿Cuáles son las características, causas y consecuencias de esta actitud, así como posibles caminos para contrarrestarla? Este artículo NO pretende dar explicaciones típicamente psicológicas, humanistas o académicas, pues sí que mucho podría traerse a colación con dichos énfasis, pero que al apostre serán estériles y sin trascendencia por sus mismas definiciones de origen. Sin embargo hay aspectos que merecen mencionarse.
La arrogancia de quienes se sienten poseedores de la verdad absoluta se manifiesta en varias actitudes observables. En primer lugar, estas personas tienden a adoptar una postura de superioridad intelectual, asumiendo que su visión del mundo es la única válida. Sus argumentos suelen estar cargados de dogmatismo, y cualquier intento de cuestionarlos es recibido con desdén, sarcasmo o incluso hostilidad. Además, muestran una notable incapacidad para escuchar activamente; en lugar de considerar otras perspectivas, las descartan como erróneas o irrelevantes sin un análisis profundo. Otro rasgo distintivo es la psico rigidez, entendida como una resistencia inflexible al cambio de ideas o paradigmas. Estas personas no sólo rechazan nuevas evidencias que contradigan sus creencias, sino que a menudo las interpretan de manera sesgada para que encajen en su narrativa preexistente. Este fenómeno, conocido en psicología como «sesgo de confirmación», les permite mantener una ilusión de infalibilidad, incluso frente a datos objetivos que desafían sus posturas. La imposición de sus opiniones es un sello característico. Ya sea en debates políticos, religiosos, científicos o culturales, estos individuos no buscan persuadir mediante el diálogo, sino dominar a través de la repetición, la intimidación o el menosprecio. En lugar de construir puentes, erigen murallas que dividen y polarizan.
Este comportamiento puede tener raíces en diversos factores psicológicos, sociales y culturales. Desde el punto de vista psicológico, la necesidad de certeza puede estar ligada a inseguridades personales. Para algunos, aferrarse a una verdad absoluta es una forma de proteger su identidad o autoestima, ya que admitir un error o considerar una perspectiva diferente podría percibirse como una amenaza a su sentido de valía.
A nivel social, la polarización creciente en muchas sociedades fomenta esta actitud. Las cámaras de eco, tanto en redes sociales como en círculos personales, refuerzan las creencias preexistentes al exponer a las personas únicamente a opiniones que las confirman. Los algoritmos de plataformas digitales, diseñados para maximizar la interacción, amplifican este efecto al priorizar contenido que resuena con las ideas del usuario, creando una burbuja de autocomplacencia. Este fenómeno social se hace patéticamente evidente con su más grotesca versión de manifestación en las polarizaciones de los seguidores de caudillos políticos, máxime cuando se trata de aquellos asociados a las ideologías progresistas, de izquierda, totalitarias, caudillistas nazis y fascistas. Cada país tiene sus propios ejemplos abominables en este sentido con sus exponentes de gobierno socialistas o comunistas que todo lo pervierten. Por ejemplo en Colombia con el guerrillero Petro y sus ejércitos de subversivos petristas. En Venezuela con los chavistas, con los que gritan por todo el planeta «Free Palestine» en apoyo a los monstruos fraudestinos. Los ejemplos son por miles. No se trata de relativismos de la verdad. Se trata de trascendencia con asociaciones a la verdad y principios fundamentales de vida.
Culturalmente, algunas sociedades premian la confianza excesiva y penalizan la duda o la vulnerabilidad. En contextos donde la asertividad se equipara con la competencia, admitir incertidumbre puede ser visto como una debilidad. Esto incentiva a las personas a proyectar una imagen de infalibilidad, incluso cuando sus conocimientos son limitados o sus argumentos carecen de fundamento. Las consecuencias de este comportamiento son profundas y perjudiciales tanto a nivel individual como colectivo. En el ámbito personal, la psico rigidez limita el crecimiento intelectual y emocional. Al cerrarse a nuevas ideas, estas personas se privan de la oportunidad de aprender, evolucionar y enriquecer su comprensión del mundo. Además, su actitud puede alienar a quienes les rodean, deteriorando relaciones personales y profesionales.
A nivel colectivo, la imposición de verdades absolutas alimenta la polarización y el conflicto. En lugar de fomentar un diálogo constructivo, donde las diferencias se resuelven a través del intercambio respetuoso, esta actitud genera enfrentamientos estériles que dificultan el consenso y la cooperación. En contextos como la política o la ciencia, donde la colaboración y la apertura son esenciales para el progreso, esta arrogancia puede tener efectos devastadores, retrasando soluciones a problemas urgentes como el cambio climático, la desigualdad o las crisis sanitarias.
Contrarrestar la tiranía de la certeza requiere un esfuerzo consciente tanto a nivel individual como colectivo. En primer lugar, es fundamental cultivar la humildad intelectual, entendida como la disposición a reconocer los límites del propio conocimiento y a considerar otras perspectivas. Esto no implica renunciar a las convicciones personales, sino estar abiertos a cuestionarlas y enriquecerlas con nuevos puntos de vista. En segundo lugar, practicar la escucha activa es clave para fomentar un diálogo genuino. Escuchar no significa simplemente esperar el turno para hablar, sino esforzarse por comprender la posición del otro, incluso cuando no se comparte. Preguntas como «¿Por qué piensas así?» o «¿Qué te llevó a esa conclusión?» pueden abrir la puerta a un intercambio más profundo y respetuoso.
Ideal y utópicamente, a nivel social, lo mejor de cualquier régimen de gobierno propone supuestamente promover entornos que valoren la diversidad de opiniones y premien la colaboración sobre la confrontación. Estamos inundados de trampas con dichas semánticas de engaño con procesos de paz, convivencias, inclusión, diversidades de género y un sin fin de narrativas falsas progresistas al respecto, agendadas como forma de lucha nazis desde las filas de la izquierda fascista. Esa es la verdad. Todo suena precioso como formulaciones superficiales. En esencia es mentira. Y lo es porque es la consecuencia de lo que ya es este mundo que debe ser comprendido desde otra perspectiva. Desde la perspectiva de la verdad revelada en la Torá. Es de lo que se trata este artículo. Se supone que las instituciones educativas, los medios de comunicación y las plataformas digitales tienen un rol crucial en este sentido, al fomentar espacios donde el debate sea inclusivo y las ideas se evalúen por su mérito, no por la vehemencia con la que se defienden. El problema es que una cosa es la teoría y otra la realidad. La utopía es imposible en este mundo lunar de lucha contra el mal.
Es esencial recordar que la verdad no es un destino fijo, sino un proceso en constante evolución. Aceptar la incertidumbre como parte del aprendizaje humano permite construir una sociedad más abierta, empática y resiliente, donde el diálogo prevalezca sobre la imposición. Esa es la teoría. ¿Pero cuál es la verdad en esencia? La arrogancia de quienes se creen dueños de la verdad no sólo es un obstáculo para el entendimiento mutuo, sino también una amenaza para el progreso colectivo. Pero más importante aún, mucho más importante (porque en lo esencial ni siquiera se trata del buen colectivo como premisa humanista), es un obstáculo a la rectificación del alma y todo lo que ello significa. Es un obstáculo a la Teshuvá (el retorno a Dios). Es un obstáculo a la salvación y una garantía a la perdición, si es que entiende estos conceptos, lo cual dudo.
Al aferrarse uno a sus paradigmas con psico rigidez e imponer sus visiones sin escuchar, se silencia el diálogo y se perpetúa la división. Sin embargo, al cultivar la humildad, la empatía y la apertura al cambio, podemos transformar los enfrentamientos en oportunidades para aprender y crecer juntos. Bueno… Esta sería la mejor propuesta humanista y social. Es importante sin duda alguna, pues hace parte de nuestra vivencia real en comunidad que es obligada y reto de superación. En un mundo cada vez más complejo, la capacidad de dialogar con respeto y escuchar con sinceridad no es sólo una virtud, sino una necesidad urgente para construir un futuro más justo y colaborativo. Esa es la utopía. Pero este artículo NO trata de ésto. Trata de la trascendencia del alma y de como todos quedamos atrapados con auto engaños arrogantes de iluminación y conocimientos que en realidad NO se tienen. Así que veamos de qué se trata todo este asunto de manera personal con referencia a la significancia de trascendencia de allegarse a la verdad mediante actitudes correctas.
¿Cómo pueden enfrentarse las situaciones en dónde se comparte con la arrogancia de quienes se creen dueños de la verdad y son psico rígidos con sus paradigmas queriendo imponer sus opiniones y visiones a los demás y que jamás escuchan? Hago la pregunta desde la perspectiva de toma de consciencia de la situación, se tiene percepción del problema de las interacciones de comunicación y vivencias absurdas y conflictivas sin sentido, y en dónde se concluye que nada se puede abordar con coherencia debido a la anticipación con conocimiento de la bajeza del interlocutor. Claro… Estoy asumiendo que esta toma de consciencia de la situación es exclusiva de la persona inteligente, tal que anticipa el conflicto y no se quiere participar en lo predecible del absurdo de intercambiar opiniones con una persona reactiva e ignorante. Algo así como denominar la situación como una discusión bizantina. Una situación sin sentido. Se sabe que NO hay interlocutor con sentido común.
Recordemos las mismas palabras bíblicas sentenciadas por el Mesías de Israel, cuando dijo… «No tires tus perlas a los cerdos». Así que NO se habla con cualquiera. No se discute con cualquiera. No se discute con idiotas. No conviene y es estresante. No dan ganas cuando se sabe de qué se trata todo ésto. Se sufre por la incoherencia y locura que nos rodea. Se siente uno rodeado de zombies y de maldad. Se llama al cielo por justicia y verdad. El problema es que todos dicen y supuestamente sienten lo mismo. Idiotas e inteligentes. Pero resulta que NO todos pueden tener la razón como se ejemplificó anteriormente. La misma Torá nos revela de los que llaman al cielo por justicia y verdad. Obviamente la biblia no lo expresa desde la perspectiva relativista que yo aquí planteo. La biblia habla de quienes son justos que claman al cielo. Sólo claman al cielo los que tienen la razón sin relativismos. No son huestes demoníacas petristas las que claman al cielo, así dichos personajes existan. No se puede ser petrista (casi Colombia) y ser justo. Eso NO existe. Así como tampoco puede existir alguien que sea de izquierda y sea fiel seguidor de la Torá. Hay incompatibilidad absoluta entre las dos definiciones. El justo clama al cielo diciendo… NO hay con quien hablar. Esto está perdido. Y uno decide callar con ignorantes y con eruditos presuntuosos. Vamos más en detalle…
Pueden suponerse muchas razones por las cuales se decide NO compartir información con otra persona. Tantas como intereses particulares se puedan inferir. Sin embargo hay sutilezas en casa particularidad tal que no siempre se trata de asuntos calculados de conveniencia egoístas o similares. Y dentro de dichas sutilezas las hay con justificaciones no egoístas en no aras de conservar la paz, evitar el conflicto, no ofender, no imponer, no confundir, no dañar, no trasgredir mandamientos divinos en entendimiento de la situación, cumplir halajot en escogencia según valores en conflicto, interactuar con la sabiduría derivada de la Torá y mucho más. Como dicen los sabios de Israel… No hay coerción en la espiritualidad. No siempre es conveniente la divulgación sin sabiduría. Depende del receptor. El ignorante no sólo NO es bueno, según sentencia el Talmud, sino que además NO le conviene saber si no cumple con los requisitos que se le exige. Un discernimiento que sólo los sabios de Israel pueden diagnosticar. Bien decía Mashiaj…. No tires tus perlas a los cerdos. Y también, no te hagas experto para que NO recibas mayor condenación.
Esto último por supuesto que requiere de muy extensas explicaciones. En Mateo 12:37 está escrito… «Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado». Y los sabios de Israel establecen, al igual que el Zohar… «Ay de mí si lo digo y ay de mí si no lo digo». Igualmente dos sentencias que necesitan de mucho conocimiento de Torá para poder entenderlas. Hablar sin conocimiento crea «cielos de caos». Ejemplo evidente de ésto toda la predica cristiana por casi dos mil años. ¿Qué son los cielos de caos? ¿Lo sabe por pura imaginación? ¿Cree que lo puede saber sin haber transitado los caminos exigidos para allegarse a la sabiduría y conocer dicho significado? No es el tema a explicar aquí por ahora. Pero lo que si se quiere resaltar es que se recibe juicio por decir y por no decir, por escuchar y por no escuchar. Igualmente no es el tema a tratar y explicar.
El hecho es que NO se le contesta o se le explica a todo el mundo por defecto. No se involucra uno en debates de forma automática, así se tengan poderosas razones y se tenga la razón. Todo depende; y sin embargo aquí NO hay ningún relativismo. Divina dialéctica y dualidad que absolutamente nadie entiende y por lo cual está capturado en tinieblas, pensándose además iluminado. Es la sabiduría halájica de jurisprudencia infinita y que sólo el sabio de la Torá sabe discernir. Bueno… Un tema infinito en disertaciones de lo cual he escrito miles y miles de páginas (por si acaso) en blanco y negro (no con elucubraciones abstractas personales) y fundamentado en análisis dialécticos palabra por palabra acorde al cuerpo de la Torá de forma integral y multicontextual (no fragmentada).
Hablar con verdad es una responsabilidad que exige del fruto del conocimiento celestial alcanzado con denodado esfuerzo, y como regalo y gracia divina de confirmación de la humildad y trabajo en adquisición de la sabiduría, como necesidad de aire para respirar, con gemidos y sufrimiento honesto lishmá (en aras del cielo gratuitamente proveniente de un corazón en proceso de rectificación). Todo el mundo emite palabras sin responsabilidad alguna con lo primero que se le venga a la cabeza. Algunos lo llaman inspiración divina, otros naturaleza, estudio, conocimiento secular, ciencia, revelación, intuición, intelecto, percepción, subjetividad lícita, cultura, religión, doctrina, sensación interna, seguridad inefable, lo que sea. El espectro bien puede ser muy amplio y variado. En este sentido, todo vale y la verdad difícilmente o más bien de manera imposible podría ser formulada. Todo quedaría en los terrenos de la subjetividad y las verdades relativas. Nada podría confirmarse dentro de un marco de referencia absoluto. Dudo que éstas palabras se entiendan. Requeriría miles y miles de horas de estudio y confirmación de la misma Torá en evidencia de comprensión para a duras penas inferir un mínimo de qué se trata allegarse a la verdad y en relación con ésto que aquí escribo.
La verdad se confirma con la sabiduría. ¿Pero qué es sabiduría? Y de nuevo… No pretenda saberlo de forma resumida con una definición, un versículos bíblico, un artículo, un libro o recibir la respuesta de cualquiera. Primero estudie algo del talmud por décadas y luego quizás, y sólo quizás podrá obtener una pequeña luz al respecto. Y sucede igual con cualquier rama del conocimiento. Todo el mundo habla y opina de lo que no sabe, y de lo que jamás estudió o ni siquiera conoció de lejos. Pero eso sí… Con presunción y arrogancia. Todo el mundo listo a pontificar en ignorancia. De eso se trata todo. Se trata de conocimiento y su comprensión. Entendimiento de la realidad y de la vida. Entienda lo que aquí se exhorta… Se trata de comprensión. Eso se llama sabiduría.
¿Cuál es su fruto? Ciertamente que NO lo es la imaginación sin certezas. Esto se desencadena en eslabones de asociación hasta el infinito. De ahí las definiciones infinitas de la fe superior. Primero hay que entender el mínimo prerrequisito. No se lo imagine. Busque y encuentre. No hay excusas cuando se sabe de qué se trata todo ésto. Bien se puede citar lo que sea. Es la norma y lo predecible para todo el mundo en un cien por ciento. Los estudiosos bíblicos citarán la biblia de memoria. Y sin embargo no entienden. Creen que sí, pero NO. Y lo afirmó categóricamente. La biblia es la parte más codificada de la Torá. Es el último eslabón, NO el primero. Es el último como fruto. Y sin embargo todo estudio de Torá empieza en la biblia sin entender. Divina dialéctica contradictoria. Así sucede con nuestra realidad física con absolutamente todo. Samael cabalgando la dualidad. Algo que se explica profundamente en la Kabbalá. Algo que muchos en ignorancia descalifican y otros creen que entienden sin haber primero transitado los obligados rudimentos talmúdicos. Ja.
Sólo se aprende a pensar con el talmud. Y ello es demostrable (por si acaso). No se entiende la biblia sin todo el cuerpo de la Torá. No se entiende sin la Torá Oral, sin el Talmud , sin el Zohar, sin el Tania, sin la Kabbalá, etc, etc. Qué le vamos a hacer. Es demostrable de forma redundante y extensa con infinidad de discernimientos, pruebas, evidencias, razonamientos, lógicas, revelaciones, certezas, comprensiones multicontextuales integrales (completas, no fragmentadas) y mucho más. No es palabrería. ¿Alguien lo demuestra en blanco y negro de forma irrefutable? Respuesta: Sí… Los sabios de Israel en los textos que nos han legado por más de 3300 años. A eso es lo que se dedica el pueblo del libro. Nadie más lo hace. Así que no se vengan con los absurdos de creer se sabe más que quién es y ha sido el depositario legítimo de la revelación divina por más de 3300 años. Mucho menos cuando NO se tiene ni la más remota idea de qué se trata dicho conocimiento heredado generacionalmente y probado en el fuego. Incluye toda revelación mesiánica neotestamentaria interpretada e integrada a todo el cuerpo de la Torá. Eso existe… ¿Lo conoce usted? Y si usted es sólo bíblico, es obvio que NO lo conoce.
Hablar de verdad es hablar de sabiduría revelada. Es hablar de los secretos del mundo espiritual asociados a la coherencia permitida de vida según revelación de la Torá del diagnóstico de la realidad y nuestra vivencia material en el mundo físico. La anterior frase parece simple y retóricamente intrascendente. Pero NO lo es en lo absoluto. Dudo que se entienda en toda la magnitud de posibilidades infinitas de comprensión que podrían inferirse cuando se tiene el conocimiento adecuado. Es decir, expresado en otras palabras, es el primer paso para deshacerse de las disonancias cognitivas en dónde estamos atrapados en esclavitud de pensamiento y percepción carnal de la realidad inmersos en la egolatría.
Como bien lo expresó Mashiaj de forma exacta en orden, es el «camino, la verdad y la vida». En ese orden. La sabiduría es un camino que nos conduce a la verdad. Y después, y sólo después se acceden a la verdadera vida. Esto implica una sabiduría infinita que permita la comprensión. ¿Cuál comprensión? La comprensión de todo. De todo lo que nos sea permitido por gracia divina y que lo hayamos propiciado con evidencia de trabajo. No puede ser de otra forma. Ese el secreto y propósito del significado. Del propósito de la vida. En el principio era el verbo y el verbo era con Dios. En el principio era el significado. Y el significado era con Dios. No puede ser sino ésta definición… Si es que se entiende.
No entenderla ya delata el diagnóstico de la esclavitud señalada. Esclavitud a todo lo errado, la mentira, la muerte, el mal y todo lo infinito (literalmente) posible de citar o especular. De ese tamaño son nuestras disonancias cognitivas. Es decir, nuestras auto justificaciones y auto engaños, así como nuestras presunciones de sabiduría y conocimiento que en ignorancia y arrogancia avalamos para defender nuestras zonas de confort, paradigmas y conclusiones de lo que sea. Claro… Es presuntuoso pensar que a estas alturas de evidente diagnóstico de nuestra realidad a niveles extremadamente bajos, depravados, psicóticos y demás, podamos pensar que exista alguien que siquiera se acerque una fracción infinitesimal a la comprensión infinita del significado de los propósitos de Dios en su verdadera esencia creacional del verbo en el principio según versículo bíblico. Ello es simplemente imposible por definición y por inferencia, si es que tienen capacidades de abstracción mínimamente lógicas fundamentadas en el conocimiento profundo de la Torá.
¿Acaso podemos tener la estatura de Dios? La Torá nos advierte que Dios es incognoscible. Bueno… Hay muchas definiciones kabbalistas muy profundas al respecto, las cuales he referenciado en algo en otros artículos. No es el énfasis de ello aquí. Pero igualmente, se puede inferir sin que obligatoriamente se haga la asociación al versículo de Juan 1.1 de que en el principio era el verbo y el verbo era con Dios. Algunos interpretan lo anterior, el verbo era Dios. No es la única referencia bíblica, ni mucho menos del cuerpo integral de la Torá que aborda este tema específico. Tampoco se trata de profundizar en ello aquí, lo cual bien puede ser de carácter infinito y sin exagerar.
Lo que quiero decir es que NO podemos suponer entender lo que ésto significa. Mucho menos siendo lo que somos actualmente; por más eruditos y sabios en la Torá que creamos, nos imaginemos o supongamos ser. No se puede concluir que tenemos las capacidades intelectuales y espirituales requeridas. No se puede concluir que tenemos los méritos, que tenemos la evidencia, que nos apoya la misma o que algo divino nos avala y confirma nuestra imaginación. Simplemente NO tenemos el nivel requerido, ni en cuerpo, ni mente, ni en el alma con los requisitos mínimos de neshamá. Mucho menos para los niveles superiores de jayá y Yejidá. No tenemos el tamaño de las almas de nuestros patriarcas, ni de los profetas, ni de Moshé, ni del Rey David, ni del Rey Salomón, etc, ni de las grandes almas que bajaron a este mundo hace siglos como las de los tanaítas redactores del Talmud, ni de los grandes kabbalistas, etc. Ni que decir o mencionar a Mashiaj.
No podemos suponer tenemos la equivalencia de forma con dichas almas gigantescas para ser receptores de su sabiduría y entenderla. ¿Acaso no es más que absurdo suponer entendemos a quien es gigantescamente más grande? ¿A quién es más sabio? ¿Más inteligente, más santo, más relevante? ¿A quién recibió la gracia divina y dejó testimonio de ello quedando aprobado por Dios en los anales de la eternidad? No puedo inferir que puedo entender a Albert Einstein sin tener el nivel de Albert Einstein? ¿Por qué habría de concluir que tengo el mismo nivel de quien estudio, sin antes verificar con honestidad que puedo verificarlo? ¿La verificación puede provenir de mi imaginación? ¿Soy honesto? ¿Tengo la capacidad intelectual para auto diagnosticarme con sintonía en el trabajo y requisito exigido de lo que se estudia? Y este es el mejor de los casos. Ni intelectual, ni espiritualmente puedo ir más lejos de lo que soy y que mi propia esencia me confirma a mí mismo. No puedo suponer soy genio en matemáticas sí ni siquiera sé sumar y restar. Pero sí que me puedo engañar.
Ni hablar de los que ni siquiera saben que se necesita estudiar para no opinar con irresponsabilidad de lo que NO se sabe o simplemente se rechazó por arrogancia, presunción, imaginación, pereza, rebeldía, etc. ¿Puedo reconocer lo maravilloso sumido en la ignorancia? Toda capacidad y experticia de evaluación y comprensión de lo que sea, exige preparación, estudio, nivel y verificación certificada. No asocie ésto último a su corrupción deductiva. No hablo de las costumbres y prácticas humanistas que en este sentido se aceptan notarialmente como avales corruptos de la mentira, la estafa, el engaño y la mediocridad. La verificación certificada no es de notaría leguleya. Es de su testimonio de vida en verdad y en espíritu.
Continua...
Por David Saportas Liévano
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