El tema de hoy, La transigencia: La sutil estrategia de Satanás. En cierta parte del Sermón de la Montaña, Jesús dijo: 

“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? 17 Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. 18 No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.” Está en Mateo 7 versos 16 al 18. 

Cuando comparamos el carácter de Cristo, nuestro Salvador y Señor, con el carácter de Satanás, el engañador, concluimos claramente que Jesús es la verdad y Satanás es la mentira misma. Jesús es el autor de la verdad, que proviene de un Dios sabio, amoroso y omnisciente, que es el fundamento de la realidad y la verdad.

Por otro lado, Satanás es mentiroso y padre de la mentira. Utiliza engaños, desinformación y distorsiones de la verdad para desviar al pueblo de Dios. Engañó a Eva en el Edén, cambiando la verdad. Creando dudas y negando abiertamente lo que Dios había dicho. La declaración de Satanás: “No moriréis;”, contradecía las palabras de Dios. A lo largo de los siglos, Satanás ha utilizado la misma estrategia.

Elimina la confianza en la palabra de Dios. Contradice la voluntad divina revelada, altera las Escrituras y, a veces, cita erróneamente la Biblia cuando es conveniente. ¡Cristo es el autor de toda verdad! Cada idea brillante, cada pensamiento sabio, cada habilidad y talento del ser humano es don de Cristo. Satanás está concentrando todas sus energías en someter nuestra voluntad a la suya y en hacernos sus instrumentos para oponernos a los planes de Cristo. Jesús recomendó que conozcamos la verdad para ser santificados en ella. En Juan 8:32, Jesús dijo: “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” Y en Juan 17:17, Jesús le pidió al Padre que nos santificara en la verdad diciendo: “Tu palabra es verdad”. Lo que sucede es que la influencia transformadora de la verdad santifica el carácter. Fue a través de la palabra que el Salvador del mundo resistió los ataques de Satanás en el desierto de la tentación. Ante cada ataque, Cristo presentó el escudo de la verdad eterna, diciendo: “¡Escrito está!”

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