Padre Pío de Pietrelcina no fue solo un fraile capuchino ni un simple santo. Fue un hombre que vivió en carne propia el sufrimiento de Cristo, un estigmatizado cuya vida estuvo marcada por la lucha constante contra las fuerzas del mal. A lo largo de su vida, miles de fieles acudieron a él en busca de orientación, milagros y sanación, pero pocos conocían la verdad más oscura: el Padre Pío libró una batalla invisible que lo atormentó hasta su último aliento. Desde las primeras noches de su juventud, los demonios comenzaron a acosarlo. Ruidos inexplicables, golpes en las paredes de su celda y sombras que se deslizaban por los pasillos del monasterio fueron solo el comienzo. En las horas más oscuras, era atacado físicamente: despertaba con moretones, heridas y el cuerpo marcado por garras invisibles. Su lucha era más que una prueba de fe; era una guerra abierta entre la luz y la oscuridad.