En el año 1935, España se enfrentaba a una importante escasez de monedas de plata en circulación. El gobierno republicano temía que las monedas de plata -ya sean las nuevas pesetas de 1933 o las pesetas, dos pesetas y duros del siglo XIX- desaparecieran de circulación. El valor adquisitivo de la peseta había disminuído y el valor de la plata había aumentado, lo que llevó a la gente a guardar las monedas o a fundirlas para vender el metal. La ley de Gresham en estado puro.