Hasta el inicio del siglo XIX no teníamos en el mundo otro azúcar que el elaborado a partir de la caña. Los conflictos coloniales y los problemas que de ellos se derivaron, dieron lugar a una intensa investigación en diversos países europeos para encontrar un sustituto de la caña como materia prima para la obtención de este preciado alimento.
Fue en 1799 cuando Andreas Marggraf descubrió que la Beta vulgaris (la remolacha) contenía sacarosa en su raíz, al tiempo que inventó un procedimiento industrial para obtener azúcar a partir de ella. A partir de este momento Franz Carl Achard, creó en 1802 en Polonia la primera fábrica de azúcar de remolacha del mundo.
La moda innovadora se difundió rápidamente por Francia, Bélgica, Austria, Rusia, Italia y otros países europeos, llegando a España en 1874.
En 1892 España ya contaba con 50 fábricas de azúcar de remolacha y por supuesto Asturias se sumó con cinco fábricas, digamos que, a una moda, que duró escasos años.
Sea como fuese fuimos capaces de abastecernos en un momento de la historia, de algo que nos era necesario, pero lamentablemente el negocio del azúcar acabó dejándonos un sabor, amargo.